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Hace ya bastantes años, siendo yo apenas un adolescente, y no recuerdo muy bien a cuento de qué, un profesor de mi colegio decía en su clase que había que tener cuidado para evitar, por causa de una reprimenda pública inadecuada, herir a un alumno en su orgullo. Pero luego dijo que también había que cuidar de evitar, por un halago público excesivo, herir a un alumno en su humildad.
Fue hace muchos años...pero se me quedó grabado y aún lo recuerdo: "herir a un alumno en su humildad..."
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Tendemos a creer que el éxito, la victoria, son objetos de deseo, que son algo bueno y deseable en sí mismo. Sin embargo, no siempre es así. Depende de nuestras motivaciones, de nuestras aspiraciones.
Pilar Jericó, en su libro 'NoMiedo', nos habla de algo parecido, pero en el entorno de la empresa.
Enlazando con la teoría de la motivación de McClelland que ya vimos en un post anterior sobre miedos directivos, esto sucedería cuando los elementos fundamentales de la motivación no son el poder o el logro, como se supone sucede en los directivos, sino cuando el eje principal de la motivación es la afiliación.
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El presunto éxito se percibe, en realidad, como un fracaso para la persona afectada. Quizá no en lo profesional, pero sí en lo personal.
A lo mejor, al menos en este caso, el miedo al éxito es, en realidad, un intuitivo y en el fondo muy razonable miedo al fracaso.
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