Después de haber concebido la über-red, esa red social única en la que todas las personas estuviesen presentes, le daba vueltas a cómo sortear el peligro tanto económico como de simple acumulación de poder que suponía una red social única, el que una herramienta tan potente estuviese concentrada en unas solas manos.
Y pensé que la única forma de garantizar tanto la evolución técnica y operativa como la seguridad de la información, era convertir la red en un servicio público, en una prestación ofrecida por las administraciones públicas, y poner su dirección y gestión en manos de esas administraciones públicas, de los estados.
Los estados se encargarían de las inversiones necesarias, igual que se invierte en infraestructuras o en mejorar la asistencia sanitaria. Y los estados velarían por la seguridad de la información, por la simetría en el trato a los usuarios, por la neutralidad de la red social.
La cosa se complicaba al considerar que, además, la administración que debería velar por el desarrollo y operación de la Über-red, debería ser una administración internacional, puesto que las fronteras no tienen sentido en la red. Y lo malo es que no identificaba, tal vez ni siquiera fuese deseable, ningún tipo de supra-estado internacional. Quizá la ONU sería lo que más se podría aproximar.
Y así se cerraba el círculo de la fantasía, concibiendo una única red social, una Über-red, prestada como servicio público por una organización internacional.
Pero luego se venían a mi mente las demostradas carencias en cuanto a capacidad resolutiva y operativa de las organizaciones internacionales y, en muchos casos, de las administraciones públicas estatales. Acudían a mí retazos de noticias que hablaban de la falta de colaboración entre estados y, lo que es mucho peor, de abusos de poder y limitaciones de libertad en muchos países. Me preocupada la incapacidad frecuente de las administraciones para impulsar la innovación, la productividad y la competitividad.
Y así, de repente, la fantasía se desvaneció. Sonaron las doce campanadas y la carroza se convirtió en calabaza. Salí corriendo del palacio de los sueños.
Y ya entre fogones y rodeado de cenizas, pienso que, a lo mejor, la fantasía se realiza pero que simplemente aún no estamos preparados. Que tal vez sea mejor dejar a los acontecimientos transcurrir por sí mismos. Que si Internet y las redes sociales se han desarrollado casi por sí solas, sin apenas control y dirección central, puede que ésta sea la mejor opción, al menos por el momento.
De momento, sigo disfrutando de Internet, de la Web 2.0 y de los medios sociales. Y ¡quién sabe!, tal vez algún día, alguien venga preguntando acerca de un zapatito de cristal...
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