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Según Carr, la revolución industrial fue la revolución de la materia y la energia. Y en su vertiginoso avance, desbordó la capacidad de empresarios e incluso militares, de obtener toda la información necesaria para controlar esa efervescencia productiva.
Carr menciona alguna tecnología (el código Morse) y alguna iniciativa (la burocracia) que vinieron a proporcionar apoyo en la labor de obtención de información y en el control.
Fueron, sin embargo, las tecnologías de la información las que ayudaron definitivamente a domar a esa fiera. Así nos lo dice Carr:
"No debería sorprendernos, pues, que la mayoría de los avances en informática y conexiones ... hayan sido propiciados, no ya por el deseo de liberar a las masas, sino por la necesidad de los burócratas comerciales y gubernamentales, a menudo asociados a operaciones militares y defensa nacional, de obtener un control mayor."
Y remacha con una cita de James Beniger, autor del término (y el libro) revolución del control:
"Las tecnologías de microprocesadores y ordenadores [son] sólo la última aportación del desarrollo continuo de la Revolución del Control"".
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Las posibilidades para el control de las tecnologías de la información son inmensas, su utilidad altísima, su interés enorme. Y seguramente hay que ver estas capacidades como un hecho positivo. Nos han ayudado a perfeccionar nuestros procesos, nuestros productos y servicios, muestro aprendizaje... Sin embargo, también es preciso reconocer que esa capacidad de control, unida a la desaparición del anonimato, hace tambalear un tanto esa imagen idílica de reino de la libertad que rodea a la red como una aureola.
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