Nos hemos acostumbrado a ver en Internet un fenómeno extraordinario. Nos hemos acostumbrado a percibir y valorar su capacidad para interconectar a las personas, para acelerar la comunicación, para fomentar redes sociales y la colaboración entre personas distantes.
Nos hemos acostumbrado a asignarle un empuje democratizador al facilitar enormemente la expresión de las opiniones de las personas, la difusión de la información, el debate, la igualdad en el acceso a datos y la posibilidad de trabajos en lugares remotos.
Nos hemos acostumbrado a ver la Red como un aplanador y como un habilitador de la economía de la larga cola, una economía que permite competir a pequeñas empresas o incluso particulares y alcanzar un mercado interesante en competencia incluso con los más grandes.
Quizá nos hemos creído un cuento de hadas, o, más probable, nos hemos acostumbrado a una perspectiva hemipléjica de Internet y la Web 2.0.
Nicholas Carr, el controvertido Nicholas Carr, viene a despertarnos de ese sueño, a mostrarnos el reverso tenebroso de Internet.
En su libro 'El gran interruptor', tras dar un repaso a la evolución y paralelismnos de las industria de la electricidad y la de las Tecnologías de la Información y, en especial, Internet, cuando nos ha dejado fascinados con su perspicacia y el curioso y brillante futuro que parece aguardar a estas tecnologías, nos vuelca un tremendo jarro de agua fría dedicando una extensión importante de la segunda parte de su libro a analizar algunos de los efectos negativos, peligrosos o sorprendentes de Internet, su particular reverso tenebroso.
Para empezar el cambio de ritmo nos dice:
"Internet ha contenido siempre grandes contradicciones, tanto en la forma en que funciona como por la forma en que la gente la usa y la percibe. Es un elemento de control burocrático y de liberación personal, un conducto de ideales comunitarios y de beneficios corporativos. Estas y otras tensiones técnicas, económicas y sociales son cada vez más grandes"
Ya nos ponemos en guardia.
El primero de los puntos de dicho reverso tenebroso ya está esbozado en la frase anterior: el registro de nuestras acciones, el control, el fin del anonimato.
Más adelante lo expresa con mucha mayor claridad y contundencia:
"... muchos de nosotros damos por sentado el anonimato cuando salimos de compras o de negocios por la red... A través de los sitios que visitamos y de las búsquedas que efectuamos revelamos detalles sobre nuestro trabajo, aficiones, familia, política y salud, pero también nuestros secretos, fantasías, obsesiones, pecaditos e incluso, en el más extremo de los casos, delitos. Pero nuestra sensación de anonimato es una completa ilusión. La información detallada sobre todo lo que hacemos online se recoge, se almacena en bases de datos gubernamentales o corporativas, y se conecta con nuestras identidades reales, ya sea explícitamente a través de nuestros nombres de usuario, el número de nuestras tarjetas de crédito y las direcciones IP que se asignan automáticamente a nuestros ordenadores o directamente a través de nuestro historial de búsqueda y navegación."
En el fondo, ya lo sabíamos.
Todo aquel acostumbrado al mundo de Internet sabe que la sensación de anonimato tiene un puntito de ilusoria, que dejamos un rastro de nuestras acciones, que no actuamos completamente en la sombra.
Pero es tan fuerte la forma en que lo expresa Nicholas Carr, lo apoya en ejemplos tan terribles, hace tan patente esa falta de anonimato y nos anticipa usos tan preocupantes de esa información que al menos por unos momentos socava nuestra ilusión y confianza en internet, al menos por unos instantes consigue preocuparnos, al menos por unos instantes consigue que este presente y este futuro, esta disponibilidad de nuestra información personal en la red, esa absoluta falta de anonimato resulte, cuando menos, y como decíamos en uno de los primeros artículos de este blog, simplemente, inquietante.
viernes, 11 de junio de 2010
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