El tercer jarro de agua fría a cargo de Nicholas Carr en su libro 'El gran interruptor'.
Ahora le toca el turno a la calidad de los contenidos, especialmente a lo que a contenidos de tipo cultural se refiere.
Carr comenta que Internet permite la 'disgregación de contenidos'. Así, por ejemplo, un álbum musical que antes se comercializaba como una unidad (en LP, CD, DVD...) se puede descomponer ahora en sus canciones. De esta forma, y con la facilidad que Internet añade para la interacción, la búsqueda, la selección, los usuarios puede elegir los contenidos que más desean, pueden adaptarlos a sus propios deseos y necesidades.
Al respecto de esto, nos dice Nicholas Carr:
"Desde su punto de vista [de los economistas] así es como deberían funcionar los mercados. Los consumidores deberían poder comprar precisamente aquello que desean sin tener que 'malgastar' tiempo en lo que no desean...
El Wall Street Journal ... anuncia una nueva era en que no habrá que 'pagar basura para obtener lo bueno'."
Sin embargo, tras razonar que en este mercado, acostumbrado a lo fragmentado y lo gratuito, la inversión en trabajos creativos podría no estar justificada económicamente para una empresa, nos advierte:
"Lo que se sacrifica puede que no sea lo anodino, sino la calidad. Podemos encontrarnos con que la cultura de la abundancia que se está produciendo en el World Wide Computer no es más que la cultura de la mediocridad, con muchos kilómetros de anchura pero con una profundidad de escasos centímetros."
Y lo cierto es que algo de eso sentimos, algo de eso intuimos. No cabe duda de que Internet añade una gran eficiencia económica, que facilita enormemente el contacto entre oferta y demanda y la adaptación de la primera a la segunda. Y esto que, pensando en términos puramente económicos, parece beneficioso, se tambalea un tanto cuando pensamos en bienes culturales, en bienes superiores. ¿Quién y cómo decide ahora la calidad? ¿Qué incentivo hay para contenidos de calidad que, en el caso de la cultura, pueden resultar francamente minoritarios?
Es un peligro, es cierto. No sé, sin embargo, si la propia economía de Internet nos da la respuesta en forma de economía de larga cola donde quizá los bienes culturales superiores puedan ser, en efecto, minoritarios y aún así tener mercado por mor de Internet. O quizá la respuesta proviene de una economía más tradicional: si de verdad esos bienes culturales superiores son deseables, si proporcionan valor de una forma u otra, tendrán demanda y por tanto, mercado, oferta y difusión.
Quizá el peligro no sea tal...pero para los que amamos la cultura, sí que produce un cierto vértigo, una cierta desazón, esta eventual economía de la mediocridad.
lunes, 14 de junio de 2010
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