Recojo, para mi propio resumen, y para información de cualquier visitante de este blog, los números mágicos que voy identificando como aquellos que gobiernan el comportamiento de las redes sociales.
Número de Dunbar
Identificado por el antropólogo Robin Dunbar en un artículo publicado en 1993, establece que el tamaño de los grupos sociales humanos es de 150. Por grupo se entiende el conjunto máximo de humanos en que todos y cada uno de sus miembros se conocen entre sí y saben sus relaciones entre ellos y si son amistosos u hostiles. Según la teoría de Dunbar, este número está relacionado con el tamaño del neocórtex cerebral.
Seis grados de distancia
Aunque ya identificada en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy, alcanzó mayor notoriedad a partir del famoso experimento de Stanley Milgram, y nos dice que cualquier persona de la Tierra está conectado con otra cualquiera a través de un máximo de 5 intermediarios o lo que es lo mismo, 6 enlaces o 6 grados de separación o distancia.
Tres grados de influencia
Según Nicholas Christakis y James Fowler, a pesar de la ley anterior, nuestra influencia no se extiende hasta los seis grados sino que todo lo que hacemos y decimos tiene influencia en nuestros "amigos" (un grado), los amigos de nuestros "amigos" (dos grados) y los "amigos" de los "amigos" de nuestros "amigos" (tres grados). La influencia alcanza tres grados, pues, los tres grados de influencia.
Sigo explorando en busca de otros números que nos cuantifiquen u objetiven el comportamiento de las redes sociales. Si los encuentro, actualizaré este post, o mejor, haré uno nuevo ampliado.
Y, entretanto, se agradece cualquier aportación...
lunes, 28 de junio de 2010
El interruptor de Nicholas Carr
'El gran interruptor', el segundo libro de Nicholas Carr, es un viaje apasionante a lo largo de la evolución de la tecnología en los dos últimos siglos y cómo ésta ha influido en la sociedad. Un viaje que no sólo bucea en el pasado y extrae lecciones del presente sino que se atreve, tambien, a adentrarse en un futuro posible.
Todo ello escrito con un estilo depurado, ligeramente provocador, pero con unos argumentos sólidos y bien estructurados, sin caer en demagogias, en tópicos o en conclusiones facilonas.
Se inicia el viaje con un interesante estudio de la evolución de la industria de la electricidad, cómo se inventó y patentó, cómo fue necesario el empuje de emprendedores visionarios no sólo en lo tecnológico sino tambien en los negocios y las aplicaciones prácticas de la tecnología; cómo inicialmente la producción de la electricidad para usos industriales se hacía en plantas al lado de las fábricas y cómo fue evolucionando hasta un servicio público con unos pocos productores y distribuidores especializados mientras que empresas y público en general se despreocupaban de esas labores de producción y distribución.
.
Vuelve luego sus ojos hacía la industria de las tecnologías de la información y estudia su evolución detectando patrones muy similares a los de las primeras épocas de la electricidad y en los albores del paso a servicio público. Se observa cómo todavía hoy día las empresas 'producen' sus propias soluciones informáticas, cómo existen departamenteos especializados en esa labor y cómo se considera que las TI forman parte de la ventaja competitiva de las empresas. Pero a la vez que se reproduce ese patrón, empiezan a apuntarse tendencias hacia la externalización de las tecnologías de la información, hacia la pérdida de su poder diferenciador, hacia la deslocalización de la producción y hacia la concentración en proveedores especializados que van acercando el modelo de suministro de soluciones TIC a un modelo de servicio público similar al de la electricidad. Carr insinua, sin nombrarlas, las nuevas tendencias en Cloud computing y Software as a Service (Saas).
Finalmente, se atreve a mirar hacia el futuro y si hasta ese momento el libro era ya muy interesante, a partir de esta nueva mirada, se torna auténticamente fascinante y cautivador...aunque algo inquietante en ocasiones. Carr nos describe algunos de los lados más oscuros del mundo de las tecnologías de la información y de Internet (lo que ha dado origen a varios artículos en este blog) pero tambien un porvenir futurista, avanzado, apasionante, de ciencia-ficción y en que los ordenadores pueden llegar a fundirse con las personas... un futuro sorprendente pero, al tiempo, muy fundamentado y creíble.
'El gran interruptor' es un excelente libro, pleno de ideas interesantes y bien construidas, que ayuda a entender mejor este mundo en que vivimos desde el punto de vista sobre todo tecnológico, pero también empresarial y social.
Nicholas Carr
Nacido en 1959, es un famoso escritor, conferenciante y experto en tecnología, empresa y cultura. Saltó a la fama en 2003 con su famosísimo artículo 'IT doesn't matter' publicado en Harvard Business Review y que en 2004 dió origen a su primer libro 'Does IT Matter?'. Su segundo libro, 'El gran interruptor', es objeto de este post.
Es colaborador habitual de cabeceras como 'Financial Times', 'The Guardian', 'The New York Times' o 'Wired'. Además, es ponente asiduo en el MIT, en Harvard o en Wharton.
Puedes obtener más información acerca del autor en su página personal o en su blog Rough type.
Ficha técnica:
TITULO: El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google.
AUTOR: Nicholas Carr
EDITORIAL: Deusto
AÑO: 2008
ISBN: 978-84-234-2686-7
PAGINAS: 252
Artículos de este blog relacionados
Todo ello escrito con un estilo depurado, ligeramente provocador, pero con unos argumentos sólidos y bien estructurados, sin caer en demagogias, en tópicos o en conclusiones facilonas.
Se inicia el viaje con un interesante estudio de la evolución de la industria de la electricidad, cómo se inventó y patentó, cómo fue necesario el empuje de emprendedores visionarios no sólo en lo tecnológico sino tambien en los negocios y las aplicaciones prácticas de la tecnología; cómo inicialmente la producción de la electricidad para usos industriales se hacía en plantas al lado de las fábricas y cómo fue evolucionando hasta un servicio público con unos pocos productores y distribuidores especializados mientras que empresas y público en general se despreocupaban de esas labores de producción y distribución.
.
Vuelve luego sus ojos hacía la industria de las tecnologías de la información y estudia su evolución detectando patrones muy similares a los de las primeras épocas de la electricidad y en los albores del paso a servicio público. Se observa cómo todavía hoy día las empresas 'producen' sus propias soluciones informáticas, cómo existen departamenteos especializados en esa labor y cómo se considera que las TI forman parte de la ventaja competitiva de las empresas. Pero a la vez que se reproduce ese patrón, empiezan a apuntarse tendencias hacia la externalización de las tecnologías de la información, hacia la pérdida de su poder diferenciador, hacia la deslocalización de la producción y hacia la concentración en proveedores especializados que van acercando el modelo de suministro de soluciones TIC a un modelo de servicio público similar al de la electricidad. Carr insinua, sin nombrarlas, las nuevas tendencias en Cloud computing y Software as a Service (Saas).
Finalmente, se atreve a mirar hacia el futuro y si hasta ese momento el libro era ya muy interesante, a partir de esta nueva mirada, se torna auténticamente fascinante y cautivador...aunque algo inquietante en ocasiones. Carr nos describe algunos de los lados más oscuros del mundo de las tecnologías de la información y de Internet (lo que ha dado origen a varios artículos en este blog) pero tambien un porvenir futurista, avanzado, apasionante, de ciencia-ficción y en que los ordenadores pueden llegar a fundirse con las personas... un futuro sorprendente pero, al tiempo, muy fundamentado y creíble.
'El gran interruptor' es un excelente libro, pleno de ideas interesantes y bien construidas, que ayuda a entender mejor este mundo en que vivimos desde el punto de vista sobre todo tecnológico, pero también empresarial y social.
Nicholas Carr
Nacido en 1959, es un famoso escritor, conferenciante y experto en tecnología, empresa y cultura. Saltó a la fama en 2003 con su famosísimo artículo 'IT doesn't matter' publicado en Harvard Business Review y que en 2004 dió origen a su primer libro 'Does IT Matter?'. Su segundo libro, 'El gran interruptor', es objeto de este post.
Es colaborador habitual de cabeceras como 'Financial Times', 'The Guardian', 'The New York Times' o 'Wired'. Además, es ponente asiduo en el MIT, en Harvard o en Wharton.
Puedes obtener más información acerca del autor en su página personal o en su blog Rough type.
Ficha técnica:
TITULO: El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google.
AUTOR: Nicholas Carr
EDITORIAL: Deusto
AÑO: 2008
ISBN: 978-84-234-2686-7
PAGINAS: 252
Artículos de este blog relacionados
- Tecnología y futuro (II). La ilusión del progreso continuo
- Tecnología y futuro (I). Impredecibilidad de los usos de una tecnología
- Una gran verdad sobre la publicidad
- Razones de la aportación y la colaboración 2.0
- El reverso tenebroso de Internet (IV). La revolución del control
- El reverso tenebroso de Internet (III). La cultura de la mediocridad
- El reverso tenebroso de Internet (II). La desigualdad basada en el talento
- El reverso tenebroso de Internet (I). El fin del anonimato
- Moore. Tercera ley de la tecnología
- Errores de predicción acerca del mercado de la tecnología
- Efecto social de la tecnología
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Nicholas Carr
domingo, 27 de junio de 2010
Tecnología y futuro (II). La ilusión del progreso continuo
Para finalizar su libro 'El gran interruptor', Nicholas Carr nos regala una reflexión aguda, casi sabia, al respecto del progreso, la evolución de la sociedad y la conciencia que de ello tenemos:
"Todos los cambios tecnológicos son generacionales. El poder absoluto y las consecuencias de la nueva tecnología se revelan sólo cuando aquellos que han crecido con ella se han convertido en adultos y han comenzado a apartar a sus caducos padres hacia un lado. A medida que vayan desapareciendo las generaciones más viejas, con ellas irá desapareciendo tambien el conocimiento de lo que perdimos cuando surgió la nueva tecnología, y sólo permanecerá el sentido de lo que se ha ganado. En esta senda, el progreso oculta sus huellas para recuperar continuamente la ilusión de que estamos allí donde realmente queremos estar."
Si todo el libro 'El gran interruptor' es interesante, los últimos capítulos son simplemente fascinantes, y este párrafo final demuestra unas grandes dotes de agudeza y comprensión, más allá de la tecnología y la moda.
Creo en el progreso continuo y creo que, con desviaciones y regresiones, caminamos hacia adelante, hacia un mundo mejor. Pero no podemos ignorar que por el camino también perdemos. Perdemos costumbres, perdemos ideas, perdemos filosofías, perdemos pequeños placeres. Pero todo eso que vamos perdiendo acaba cayendo en el olvido. Nos acomodamos al mundo que vamos creando y, una vez que ya no recordamos el mundo anterior, una vez que ese mundo se fue con la generación que lo creó, tendemos a pensar que estamos en un mundo perfecto, justo en aquel en que queríamos estar.
No es del todo cierto. Ni el mundo actual es perfecto, ni todo lo del mundo anterior era peor. Lo curioso en esta flecha del tiempo y del progreso es que el mundo perfecto al que creíamos haber llegado, será igualmente superado y olvidado por una generación que creerá que el mundo perfecto es el que ella ha creado. Y así sucesivamente...
"Todos los cambios tecnológicos son generacionales. El poder absoluto y las consecuencias de la nueva tecnología se revelan sólo cuando aquellos que han crecido con ella se han convertido en adultos y han comenzado a apartar a sus caducos padres hacia un lado. A medida que vayan desapareciendo las generaciones más viejas, con ellas irá desapareciendo tambien el conocimiento de lo que perdimos cuando surgió la nueva tecnología, y sólo permanecerá el sentido de lo que se ha ganado. En esta senda, el progreso oculta sus huellas para recuperar continuamente la ilusión de que estamos allí donde realmente queremos estar."
Si todo el libro 'El gran interruptor' es interesante, los últimos capítulos son simplemente fascinantes, y este párrafo final demuestra unas grandes dotes de agudeza y comprensión, más allá de la tecnología y la moda.
Creo en el progreso continuo y creo que, con desviaciones y regresiones, caminamos hacia adelante, hacia un mundo mejor. Pero no podemos ignorar que por el camino también perdemos. Perdemos costumbres, perdemos ideas, perdemos filosofías, perdemos pequeños placeres. Pero todo eso que vamos perdiendo acaba cayendo en el olvido. Nos acomodamos al mundo que vamos creando y, una vez que ya no recordamos el mundo anterior, una vez que ese mundo se fue con la generación que lo creó, tendemos a pensar que estamos en un mundo perfecto, justo en aquel en que queríamos estar.
No es del todo cierto. Ni el mundo actual es perfecto, ni todo lo del mundo anterior era peor. Lo curioso en esta flecha del tiempo y del progreso es que el mundo perfecto al que creíamos haber llegado, será igualmente superado y olvidado por una generación que creerá que el mundo perfecto es el que ella ha creado. Y así sucesivamente...
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viernes, 25 de junio de 2010
Tecnología y futuro (I). Impredecibilidad de los usos de una tecnología
Nicholas Carr aporta una interesante cita de Lewis Strauss, que seria más tarde presidente de la Comisión de la Energía Atómica:
"Los usos que posiblemente son más importantes, son por definición aquellos que ahora somos incapaces de reconocer porque son los que se alejan más de nuestro entorno actual."
Escribía esto en 1945 y hablaba, evidentemente, de la energía atómica. Pero su mensaje resulta plenamente actual y aplicable a cualquier tecnología emergente. El verdadero potencial y, sobre todo, los usos que se pueden dar a una nueva tecnología, son difícilmente predecibles. Es el público, somos nosotros, los que decidimos qué nos interesa y qué no...y no debemos ser fácilmente sometibles a modelos predictivos por lo que se ve.
¿ Y no tiene la frase de Strauss un cierto aroma a los cisnes negros de Nassim Nicholas Taleb?
"Los usos que posiblemente son más importantes, son por definición aquellos que ahora somos incapaces de reconocer porque son los que se alejan más de nuestro entorno actual."
Escribía esto en 1945 y hablaba, evidentemente, de la energía atómica. Pero su mensaje resulta plenamente actual y aplicable a cualquier tecnología emergente. El verdadero potencial y, sobre todo, los usos que se pueden dar a una nueva tecnología, son difícilmente predecibles. Es el público, somos nosotros, los que decidimos qué nos interesa y qué no...y no debemos ser fácilmente sometibles a modelos predictivos por lo que se ve.
¿ Y no tiene la frase de Strauss un cierto aroma a los cisnes negros de Nassim Nicholas Taleb?
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jueves, 24 de junio de 2010
Una gran verdad sobre la publicidad
Acude a mí la siguiente frase, debida a John Wanamaker y que, aunque ligeramente irónica, resulta todo un compendio de sabiduría acerca de la verdadera naturaleza de la publicidad y el marketing:
"La mitad del dinero que gasto en publicidad se desperdicia, pero no sé de qué mitad se trata".
Clara, ¿no?
"La mitad del dinero que gasto en publicidad se desperdicia, pero no sé de qué mitad se trata".
Clara, ¿no?
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miércoles, 23 de junio de 2010
Las razones de la compartición según Chris Anderson
Ya tengo la respuesta, al menos provisional, a lo que anticipaba en el anterior post 'Razones de la aportación y la colaboración 2.0', a saber, las razones que arguye Chris Anderson para compartir y colaborar desinteresadamente en este nuevo mundo 2.0. Esto es lo que dice en su libro 'Gratis':
"Los incentivos para compartir pueden ir desde la reputación y la atención a factores menos mensurables, como la expresión, la diversión, el buen karma, la satisfacción, o sencillamente el propio interés"
Bueno, no es que nos haya desvelado nada excesivamente original...pero ahí queda la respuesta por ahora.
"Los incentivos para compartir pueden ir desde la reputación y la atención a factores menos mensurables, como la expresión, la diversión, el buen karma, la satisfacción, o sencillamente el propio interés"
Bueno, no es que nos haya desvelado nada excesivamente original...pero ahí queda la respuesta por ahora.
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lunes, 21 de junio de 2010
Razones de la aportación y colaboración 2.0
¿Alguna vez os habéis preguntado qué impulsa a tantas y tantas personas a ofrecer contenidos gratuitos en los blogs, a participar de forma anónima en la Wikipedia, a desarrollar SW libre, a publicar presentaciones vía Slideshare o proporcionar valiosos consejos y referencias en foros y redes sociales?
¿Por qué ofrecer y compartir nuestro trabajo y creatividad de forma altruista y gratuita?
Espero obtener más ideas respecto a la gratuidad a través del último (¿penúltimo?) libro de Chris Anderson, pero, de momento, Nicholas Carr nos ofrece una interpretación, la más simple, las más inspiradora: lo hacemos, simplemente, porque nos gusta. Ni más, ni menos. Así lo explica:
"... la principal razón de que la gente contribuya a estos sitios no es diferente de la que existe para que se dediqueen a un hobby o regalen su tiempo a obras benéficas: porque les gusta hacerlo. Les produce una gran satisfacción. La creación es algo que a la gente le gusta de modo natural, mostrar sus creaciones a los demás, hablar sobre sí mismos y sus familias, o formar parte de proyectos comunitarios. En internet no es distinto."
"La descarga de vídeos, la publicación de blogs, la eliminación del código de fuente abierta, la edición de entradas en la Wikipedia, constituyen simplemente nuevas formas de pasatiempo o de obras benéficas que la gente siempre ha realizado además de su trabajo pagado."
Desde luego, es cierto. Ese es un motivo. Quizá el más potente. Quizá el más bello e inspirador.
Aún así, creo que detrás de ese 'querer' se ocultan muchas motivaciones psicológicamente diversas: desde las más intrínsecamente altruistas hasta las más cercanas al alimento del ego. No sé en qué punto de su pirámide lo situaría Abraham Maslow.Puede que, según el individuo, en ese querer intervengan motivaciones de naturalezas diversas que se puedan situar desde la capa de afiliación hasta la de autorrealización, pasando por la de reconocimiento.
¿Y no hay otras motivaciones, probablemente legítimas, pero menos altruistas? ¿Qué tal la aportación como una forma de construir la marca personal? ¿ O como, lo que es casi lo mismo, una forma de marketing? ¿Y como una necesidad percibida de estar presente en la red, como la única manera de realmente 'estar', de ser alguien?
La explicación de Carr es buena...pero creo que hay mucho más que explorar y descubrir.
¿Por qué ofrecer y compartir nuestro trabajo y creatividad de forma altruista y gratuita?
Espero obtener más ideas respecto a la gratuidad a través del último (¿penúltimo?) libro de Chris Anderson, pero, de momento, Nicholas Carr nos ofrece una interpretación, la más simple, las más inspiradora: lo hacemos, simplemente, porque nos gusta. Ni más, ni menos. Así lo explica:
"... la principal razón de que la gente contribuya a estos sitios no es diferente de la que existe para que se dediqueen a un hobby o regalen su tiempo a obras benéficas: porque les gusta hacerlo. Les produce una gran satisfacción. La creación es algo que a la gente le gusta de modo natural, mostrar sus creaciones a los demás, hablar sobre sí mismos y sus familias, o formar parte de proyectos comunitarios. En internet no es distinto."
"La descarga de vídeos, la publicación de blogs, la eliminación del código de fuente abierta, la edición de entradas en la Wikipedia, constituyen simplemente nuevas formas de pasatiempo o de obras benéficas que la gente siempre ha realizado además de su trabajo pagado."
Desde luego, es cierto. Ese es un motivo. Quizá el más potente. Quizá el más bello e inspirador.
Aún así, creo que detrás de ese 'querer' se ocultan muchas motivaciones psicológicamente diversas: desde las más intrínsecamente altruistas hasta las más cercanas al alimento del ego. No sé en qué punto de su pirámide lo situaría Abraham Maslow.Puede que, según el individuo, en ese querer intervengan motivaciones de naturalezas diversas que se puedan situar desde la capa de afiliación hasta la de autorrealización, pasando por la de reconocimiento.
¿Y no hay otras motivaciones, probablemente legítimas, pero menos altruistas? ¿Qué tal la aportación como una forma de construir la marca personal? ¿ O como, lo que es casi lo mismo, una forma de marketing? ¿Y como una necesidad percibida de estar presente en la red, como la única manera de realmente 'estar', de ser alguien?
La explicación de Carr es buena...pero creo que hay mucho más que explorar y descubrir.
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domingo, 20 de junio de 2010
Twitter y la escalabilidad
A veces, a propósito de los social media, al igual que ocurre con otras aplicaciones de las TIC que generan un fuerte 'buzz', se habla mucho de tecnología, y se nos quieren mostrar como tecnologías fuertemente innovadoras.
Sinceramente, y sin conocer las arquitecturas reales de este tipo de aplicaciones, creo que en realidad tecnológicamente aportan poco o nada nuevo. Lo que son, realmente, son usos originales y de alto impacto de tecnologías ya existentes. Lo original es el uso e impacto social y en el mercado, no la tecnología en sí.
Algunas de estas aplicaciones son, además, al menos desde un punto de vista funcional, relativamente sencillas, en algunos casos, como el de Twitter, extremadamente simples.
Cuando pienso en este tipo de soluciones, y específicamente en Twitter, me imagino un software sencillo y lo único que realmente me resulta admirable desde un punto de vista técnico es su altísima disponibilidad y su formidable tiempo de respuesta, a pesar de los millones de usuarios y de pequeños tweets que maneja. Tampoco creo que esto sea una novedad tecnológica, pero sí el uso hasta el nivel de excelencia de las técnicas de escalabilidad.
Me imagino, no sé si me equivoco, el software de Twitter alojado en enormes CPDs, con bien pobladas granjas de servidores, con un uso sofisticado de técnicas de reparto de carga, alta disponibilidad y sistemas de respaldo. Y me imagino un software que ha sido sometido a las más exigentes pruebas de carga y que ha sido depurado hasta el extremo para resultar extraordinariamente eficiente en el uso de recursos de computación y para exhibir una altísima capacidad de respuesta.
Pero esa idea que me ronda cuando pienso en Twitter, esa admiración por su tecnología de altísimas prestaciones, escalabilidad y disponibilidad, se me está viniendo abajo con los hechos de las últimas semanas. Se achaca al Mundial de Sudáfrica y al enorme incremento de tweets que éste ha supuesto...y tal vez sea así, pero lo cierto es que últimamente, con gran frecuencia, Twitter me ha devuelto un mensaje de error indicando que se encontraba colapsado y que lo intentase más tarde.
He podido observar también mensajes procedentes de TweetDeck, la aplicación desktop que, fundamentalmente es una interfaz de usuario hacia Twitter, quejándose del mal funcionamiento del API de Twitter. No lo sé, pero supongo que el mal funcionamiento del API se podría derivar de los mismos problemas de sobrecarga ante los cuales, quizá, no reaccionaba de forma correcta.
Tal vez estos problemas de sobrecarga sean debidos a un espectacular y no planificado incremento de tweets. Tal vez exista algún vicio oculto no encontrado hasta la fecha o tal vez el hardware que soporta la aplicación fuese insuficiente (por error de diseño, por error de planificación de capacidad o por reducción de costes). Tal vez el problema se encuentre diagnosticado y sea de fácil resolución. Tal vez, incluso, esté resuelto ya.
Sea como fuere, si yo fuese ejecutivo de Twitter, y más si tuviese responsabilidad en el apartado técnico, me cuidaría muy mucho de que estos fallos se reprodujesen. Un problema de escalabilidad persistente, podría ser muy peligroso para una aplicación tan popular y exitosa como es Twitter hasta la fecha.
Sinceramente, y sin conocer las arquitecturas reales de este tipo de aplicaciones, creo que en realidad tecnológicamente aportan poco o nada nuevo. Lo que son, realmente, son usos originales y de alto impacto de tecnologías ya existentes. Lo original es el uso e impacto social y en el mercado, no la tecnología en sí.
Algunas de estas aplicaciones son, además, al menos desde un punto de vista funcional, relativamente sencillas, en algunos casos, como el de Twitter, extremadamente simples.
Cuando pienso en este tipo de soluciones, y específicamente en Twitter, me imagino un software sencillo y lo único que realmente me resulta admirable desde un punto de vista técnico es su altísima disponibilidad y su formidable tiempo de respuesta, a pesar de los millones de usuarios y de pequeños tweets que maneja. Tampoco creo que esto sea una novedad tecnológica, pero sí el uso hasta el nivel de excelencia de las técnicas de escalabilidad.
Me imagino, no sé si me equivoco, el software de Twitter alojado en enormes CPDs, con bien pobladas granjas de servidores, con un uso sofisticado de técnicas de reparto de carga, alta disponibilidad y sistemas de respaldo. Y me imagino un software que ha sido sometido a las más exigentes pruebas de carga y que ha sido depurado hasta el extremo para resultar extraordinariamente eficiente en el uso de recursos de computación y para exhibir una altísima capacidad de respuesta.
Pero esa idea que me ronda cuando pienso en Twitter, esa admiración por su tecnología de altísimas prestaciones, escalabilidad y disponibilidad, se me está viniendo abajo con los hechos de las últimas semanas. Se achaca al Mundial de Sudáfrica y al enorme incremento de tweets que éste ha supuesto...y tal vez sea así, pero lo cierto es que últimamente, con gran frecuencia, Twitter me ha devuelto un mensaje de error indicando que se encontraba colapsado y que lo intentase más tarde.
He podido observar también mensajes procedentes de TweetDeck, la aplicación desktop que, fundamentalmente es una interfaz de usuario hacia Twitter, quejándose del mal funcionamiento del API de Twitter. No lo sé, pero supongo que el mal funcionamiento del API se podría derivar de los mismos problemas de sobrecarga ante los cuales, quizá, no reaccionaba de forma correcta.
Tal vez estos problemas de sobrecarga sean debidos a un espectacular y no planificado incremento de tweets. Tal vez exista algún vicio oculto no encontrado hasta la fecha o tal vez el hardware que soporta la aplicación fuese insuficiente (por error de diseño, por error de planificación de capacidad o por reducción de costes). Tal vez el problema se encuentre diagnosticado y sea de fácil resolución. Tal vez, incluso, esté resuelto ya.
Sea como fuere, si yo fuese ejecutivo de Twitter, y más si tuviese responsabilidad en el apartado técnico, me cuidaría muy mucho de que estos fallos se reprodujesen. Un problema de escalabilidad persistente, podría ser muy peligroso para una aplicación tan popular y exitosa como es Twitter hasta la fecha.
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jueves, 17 de junio de 2010
El reverso tenebroso de Internet (IV). La revolución del control
La cuarta advertencia, el cuarto jarro de agua fría que sufrimos a manos de Nicholas Carr, va más allá de Internet y afecta, en realidad, a las tecnologías de la información en su conjunto. Algo tiene que ver, además, con el fin del anonimato de que hablamos unos artículos más atrás.
Según Carr, la revolución industrial fue la revolución de la materia y la energia. Y en su vertiginoso avance, desbordó la capacidad de empresarios e incluso militares, de obtener toda la información necesaria para controlar esa efervescencia productiva.
Carr menciona alguna tecnología (el código Morse) y alguna iniciativa (la burocracia) que vinieron a proporcionar apoyo en la labor de obtención de información y en el control.
Fueron, sin embargo, las tecnologías de la información las que ayudaron definitivamente a domar a esa fiera. Así nos lo dice Carr:
"No debería sorprendernos, pues, que la mayoría de los avances en informática y conexiones ... hayan sido propiciados, no ya por el deseo de liberar a las masas, sino por la necesidad de los burócratas comerciales y gubernamentales, a menudo asociados a operaciones militares y defensa nacional, de obtener un control mayor."
Y remacha con una cita de James Beniger, autor del término (y el libro) revolución del control:
"Las tecnologías de microprocesadores y ordenadores [son] sólo la última aportación del desarrollo continuo de la Revolución del Control"".
Es difícil no reconocer el hecho. La propia Internet, el mundo cibernético de la libertad aparente, nació de una iniciativa militar y de un gobierno, el norteamericano.
Las posibilidades para el control de las tecnologías de la información son inmensas, su utilidad altísima, su interés enorme. Y seguramente hay que ver estas capacidades como un hecho positivo. Nos han ayudado a perfeccionar nuestros procesos, nuestros productos y servicios, muestro aprendizaje... Sin embargo, también es preciso reconocer que esa capacidad de control, unida a la desaparición del anonimato, hace tambalear un tanto esa imagen idílica de reino de la libertad que rodea a la red como una aureola.
Según Carr, la revolución industrial fue la revolución de la materia y la energia. Y en su vertiginoso avance, desbordó la capacidad de empresarios e incluso militares, de obtener toda la información necesaria para controlar esa efervescencia productiva.
Carr menciona alguna tecnología (el código Morse) y alguna iniciativa (la burocracia) que vinieron a proporcionar apoyo en la labor de obtención de información y en el control.
Fueron, sin embargo, las tecnologías de la información las que ayudaron definitivamente a domar a esa fiera. Así nos lo dice Carr:
"No debería sorprendernos, pues, que la mayoría de los avances en informática y conexiones ... hayan sido propiciados, no ya por el deseo de liberar a las masas, sino por la necesidad de los burócratas comerciales y gubernamentales, a menudo asociados a operaciones militares y defensa nacional, de obtener un control mayor."
Y remacha con una cita de James Beniger, autor del término (y el libro) revolución del control:
"Las tecnologías de microprocesadores y ordenadores [son] sólo la última aportación del desarrollo continuo de la Revolución del Control"".
Es difícil no reconocer el hecho. La propia Internet, el mundo cibernético de la libertad aparente, nació de una iniciativa militar y de un gobierno, el norteamericano.
Las posibilidades para el control de las tecnologías de la información son inmensas, su utilidad altísima, su interés enorme. Y seguramente hay que ver estas capacidades como un hecho positivo. Nos han ayudado a perfeccionar nuestros procesos, nuestros productos y servicios, muestro aprendizaje... Sin embargo, también es preciso reconocer que esa capacidad de control, unida a la desaparición del anonimato, hace tambalear un tanto esa imagen idílica de reino de la libertad que rodea a la red como una aureola.
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lunes, 14 de junio de 2010
El reverso tenebroso de Internet (III). la cultura de la mediocridad
El tercer jarro de agua fría a cargo de Nicholas Carr en su libro 'El gran interruptor'.
Ahora le toca el turno a la calidad de los contenidos, especialmente a lo que a contenidos de tipo cultural se refiere.
Carr comenta que Internet permite la 'disgregación de contenidos'. Así, por ejemplo, un álbum musical que antes se comercializaba como una unidad (en LP, CD, DVD...) se puede descomponer ahora en sus canciones. De esta forma, y con la facilidad que Internet añade para la interacción, la búsqueda, la selección, los usuarios puede elegir los contenidos que más desean, pueden adaptarlos a sus propios deseos y necesidades.
Al respecto de esto, nos dice Nicholas Carr:
"Desde su punto de vista [de los economistas] así es como deberían funcionar los mercados. Los consumidores deberían poder comprar precisamente aquello que desean sin tener que 'malgastar' tiempo en lo que no desean...
El Wall Street Journal ... anuncia una nueva era en que no habrá que 'pagar basura para obtener lo bueno'."
Sin embargo, tras razonar que en este mercado, acostumbrado a lo fragmentado y lo gratuito, la inversión en trabajos creativos podría no estar justificada económicamente para una empresa, nos advierte:
"Lo que se sacrifica puede que no sea lo anodino, sino la calidad. Podemos encontrarnos con que la cultura de la abundancia que se está produciendo en el World Wide Computer no es más que la cultura de la mediocridad, con muchos kilómetros de anchura pero con una profundidad de escasos centímetros."
Y lo cierto es que algo de eso sentimos, algo de eso intuimos. No cabe duda de que Internet añade una gran eficiencia económica, que facilita enormemente el contacto entre oferta y demanda y la adaptación de la primera a la segunda. Y esto que, pensando en términos puramente económicos, parece beneficioso, se tambalea un tanto cuando pensamos en bienes culturales, en bienes superiores. ¿Quién y cómo decide ahora la calidad? ¿Qué incentivo hay para contenidos de calidad que, en el caso de la cultura, pueden resultar francamente minoritarios?
Es un peligro, es cierto. No sé, sin embargo, si la propia economía de Internet nos da la respuesta en forma de economía de larga cola donde quizá los bienes culturales superiores puedan ser, en efecto, minoritarios y aún así tener mercado por mor de Internet. O quizá la respuesta proviene de una economía más tradicional: si de verdad esos bienes culturales superiores son deseables, si proporcionan valor de una forma u otra, tendrán demanda y por tanto, mercado, oferta y difusión.
Quizá el peligro no sea tal...pero para los que amamos la cultura, sí que produce un cierto vértigo, una cierta desazón, esta eventual economía de la mediocridad.
Ahora le toca el turno a la calidad de los contenidos, especialmente a lo que a contenidos de tipo cultural se refiere.
Carr comenta que Internet permite la 'disgregación de contenidos'. Así, por ejemplo, un álbum musical que antes se comercializaba como una unidad (en LP, CD, DVD...) se puede descomponer ahora en sus canciones. De esta forma, y con la facilidad que Internet añade para la interacción, la búsqueda, la selección, los usuarios puede elegir los contenidos que más desean, pueden adaptarlos a sus propios deseos y necesidades.
Al respecto de esto, nos dice Nicholas Carr:
"Desde su punto de vista [de los economistas] así es como deberían funcionar los mercados. Los consumidores deberían poder comprar precisamente aquello que desean sin tener que 'malgastar' tiempo en lo que no desean...
El Wall Street Journal ... anuncia una nueva era en que no habrá que 'pagar basura para obtener lo bueno'."
Sin embargo, tras razonar que en este mercado, acostumbrado a lo fragmentado y lo gratuito, la inversión en trabajos creativos podría no estar justificada económicamente para una empresa, nos advierte:
"Lo que se sacrifica puede que no sea lo anodino, sino la calidad. Podemos encontrarnos con que la cultura de la abundancia que se está produciendo en el World Wide Computer no es más que la cultura de la mediocridad, con muchos kilómetros de anchura pero con una profundidad de escasos centímetros."
Y lo cierto es que algo de eso sentimos, algo de eso intuimos. No cabe duda de que Internet añade una gran eficiencia económica, que facilita enormemente el contacto entre oferta y demanda y la adaptación de la primera a la segunda. Y esto que, pensando en términos puramente económicos, parece beneficioso, se tambalea un tanto cuando pensamos en bienes culturales, en bienes superiores. ¿Quién y cómo decide ahora la calidad? ¿Qué incentivo hay para contenidos de calidad que, en el caso de la cultura, pueden resultar francamente minoritarios?
Es un peligro, es cierto. No sé, sin embargo, si la propia economía de Internet nos da la respuesta en forma de economía de larga cola donde quizá los bienes culturales superiores puedan ser, en efecto, minoritarios y aún así tener mercado por mor de Internet. O quizá la respuesta proviene de una economía más tradicional: si de verdad esos bienes culturales superiores son deseables, si proporcionan valor de una forma u otra, tendrán demanda y por tanto, mercado, oferta y difusión.
Quizá el peligro no sea tal...pero para los que amamos la cultura, sí que produce un cierto vértigo, una cierta desazón, esta eventual economía de la mediocridad.
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domingo, 13 de junio de 2010
El reverso tenebroso de Internet (II). La desigualdad basada en el talento
Otro nuevo jarro de agua fría a cargo de Nicholas Carr en su libro 'El gran interruptor'. Ahora, la víctima es la pretendida igualdad y efecto democratizador de Internet y la Web 2.0.
Al principio, la cosa empieza bien:
"La informática y la comunicación de datos omnipresentes, y gratuitos, junto con programas cada vez más avanzados, permiten que los individuos puedan realizar y compartir trabajos creativos y otros productos de la información de maneras que antes no eran posibles, y también permiten que miles e incluso millones de contribuciones diferencidas se unan para producir bienes comerciales con una eficiencia extraordinaria."
Eso es justo lo que pensábamos, o lo que quisiéramos pensar. El propio Nicholas Carr se adentra más en las creencias dominantes en el mundillo de la Red y la literatura sobre Internet:
"Existe una tendencia natural (y un deseo) de contemplar Internet como una fuerza igualitaria capaz de crear una sociedad más democrática y justa en la que las oportunidades y las compensaciones económicas se extienden rápidamente a muchos en lugar de quedar reducidas a unos pocos."
Eso es justo lo que pensábamos, de nuevo. Y nuestra mente nos lleva a Chris Anderson y su economía de la larga cola.
Pero ahí nos está esperando el hábil Nicholas Carr y, citando expresamente a Anderson y su economía de la larga cola, nos dice:
"Chris Anderson sostiene que '[ahora] millones de personas corrientes disponen de las herramientas y los modelos para convertirse en productores aficionados. Algunas de ellas también tienen talento y perspicacia. Como consecuencia de la gran difusión de los medios de producción, la gente con talento y perspicacia, aunque sea una pequeña parte del total, se esta convirtiendo en la fuerza que hay que tener en cuenta'.
Aunque a simple vista quiza lo parezca , esta visión no corresponde a un mundo de igualdad económica, sino que se trata de la visión de un mundo en el que cada vez más la riqueza producida por los mercados terminará probablemente en manos de 'una parte reducida' de individuos con un talento especial."
El jarro de agua fría está consumado. Según Carr, la presunta capacidad democratizadora e igualitaria de Internet es, o puede ser, al menos parcialmente, una falacia.
Cierto que las nuevas desigualdades no se basan en el nacimiento, en la clase social o en privilegios heredados. Cierto que las oportunidades están más distribuidas entre toda la población y las geografías, con independencia de razas, sexos o clases sociales.
Pero aunque sea una desigualdad basada en diferencias de talento y perspicacia, aunque tenga unas dosis de innegable meritocracia, no deja de ser una desigualdad, y esta desigualdad se aleja del ideal de una Internet que genera un mundo plano, globalizado, democrático, equitativo y justo.
Al principio, la cosa empieza bien:
"La informática y la comunicación de datos omnipresentes, y gratuitos, junto con programas cada vez más avanzados, permiten que los individuos puedan realizar y compartir trabajos creativos y otros productos de la información de maneras que antes no eran posibles, y también permiten que miles e incluso millones de contribuciones diferencidas se unan para producir bienes comerciales con una eficiencia extraordinaria."
Eso es justo lo que pensábamos, o lo que quisiéramos pensar. El propio Nicholas Carr se adentra más en las creencias dominantes en el mundillo de la Red y la literatura sobre Internet:
"Existe una tendencia natural (y un deseo) de contemplar Internet como una fuerza igualitaria capaz de crear una sociedad más democrática y justa en la que las oportunidades y las compensaciones económicas se extienden rápidamente a muchos en lugar de quedar reducidas a unos pocos."
Eso es justo lo que pensábamos, de nuevo. Y nuestra mente nos lleva a Chris Anderson y su economía de la larga cola.
Pero ahí nos está esperando el hábil Nicholas Carr y, citando expresamente a Anderson y su economía de la larga cola, nos dice:
"Chris Anderson sostiene que '[ahora] millones de personas corrientes disponen de las herramientas y los modelos para convertirse en productores aficionados. Algunas de ellas también tienen talento y perspicacia. Como consecuencia de la gran difusión de los medios de producción, la gente con talento y perspicacia, aunque sea una pequeña parte del total, se esta convirtiendo en la fuerza que hay que tener en cuenta'.
Aunque a simple vista quiza lo parezca , esta visión no corresponde a un mundo de igualdad económica, sino que se trata de la visión de un mundo en el que cada vez más la riqueza producida por los mercados terminará probablemente en manos de 'una parte reducida' de individuos con un talento especial."
El jarro de agua fría está consumado. Según Carr, la presunta capacidad democratizadora e igualitaria de Internet es, o puede ser, al menos parcialmente, una falacia.
Cierto que las nuevas desigualdades no se basan en el nacimiento, en la clase social o en privilegios heredados. Cierto que las oportunidades están más distribuidas entre toda la población y las geografías, con independencia de razas, sexos o clases sociales.
Pero aunque sea una desigualdad basada en diferencias de talento y perspicacia, aunque tenga unas dosis de innegable meritocracia, no deja de ser una desigualdad, y esta desigualdad se aleja del ideal de una Internet que genera un mundo plano, globalizado, democrático, equitativo y justo.
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viernes, 11 de junio de 2010
El reverso tenebroso de Internet (I). El fin del anonimato
Nos hemos acostumbrado a ver en Internet un fenómeno extraordinario. Nos hemos acostumbrado a percibir y valorar su capacidad para interconectar a las personas, para acelerar la comunicación, para fomentar redes sociales y la colaboración entre personas distantes.
Nos hemos acostumbrado a asignarle un empuje democratizador al facilitar enormemente la expresión de las opiniones de las personas, la difusión de la información, el debate, la igualdad en el acceso a datos y la posibilidad de trabajos en lugares remotos.
Nos hemos acostumbrado a ver la Red como un aplanador y como un habilitador de la economía de la larga cola, una economía que permite competir a pequeñas empresas o incluso particulares y alcanzar un mercado interesante en competencia incluso con los más grandes.
Quizá nos hemos creído un cuento de hadas, o, más probable, nos hemos acostumbrado a una perspectiva hemipléjica de Internet y la Web 2.0.
Nicholas Carr, el controvertido Nicholas Carr, viene a despertarnos de ese sueño, a mostrarnos el reverso tenebroso de Internet.
En su libro 'El gran interruptor', tras dar un repaso a la evolución y paralelismnos de las industria de la electricidad y la de las Tecnologías de la Información y, en especial, Internet, cuando nos ha dejado fascinados con su perspicacia y el curioso y brillante futuro que parece aguardar a estas tecnologías, nos vuelca un tremendo jarro de agua fría dedicando una extensión importante de la segunda parte de su libro a analizar algunos de los efectos negativos, peligrosos o sorprendentes de Internet, su particular reverso tenebroso.
Para empezar el cambio de ritmo nos dice:
"Internet ha contenido siempre grandes contradicciones, tanto en la forma en que funciona como por la forma en que la gente la usa y la percibe. Es un elemento de control burocrático y de liberación personal, un conducto de ideales comunitarios y de beneficios corporativos. Estas y otras tensiones técnicas, económicas y sociales son cada vez más grandes"
Ya nos ponemos en guardia.
El primero de los puntos de dicho reverso tenebroso ya está esbozado en la frase anterior: el registro de nuestras acciones, el control, el fin del anonimato.
Más adelante lo expresa con mucha mayor claridad y contundencia:
"... muchos de nosotros damos por sentado el anonimato cuando salimos de compras o de negocios por la red... A través de los sitios que visitamos y de las búsquedas que efectuamos revelamos detalles sobre nuestro trabajo, aficiones, familia, política y salud, pero también nuestros secretos, fantasías, obsesiones, pecaditos e incluso, en el más extremo de los casos, delitos. Pero nuestra sensación de anonimato es una completa ilusión. La información detallada sobre todo lo que hacemos online se recoge, se almacena en bases de datos gubernamentales o corporativas, y se conecta con nuestras identidades reales, ya sea explícitamente a través de nuestros nombres de usuario, el número de nuestras tarjetas de crédito y las direcciones IP que se asignan automáticamente a nuestros ordenadores o directamente a través de nuestro historial de búsqueda y navegación."
En el fondo, ya lo sabíamos.
Todo aquel acostumbrado al mundo de Internet sabe que la sensación de anonimato tiene un puntito de ilusoria, que dejamos un rastro de nuestras acciones, que no actuamos completamente en la sombra.
Pero es tan fuerte la forma en que lo expresa Nicholas Carr, lo apoya en ejemplos tan terribles, hace tan patente esa falta de anonimato y nos anticipa usos tan preocupantes de esa información que al menos por unos momentos socava nuestra ilusión y confianza en internet, al menos por unos instantes consigue preocuparnos, al menos por unos instantes consigue que este presente y este futuro, esta disponibilidad de nuestra información personal en la red, esa absoluta falta de anonimato resulte, cuando menos, y como decíamos en uno de los primeros artículos de este blog, simplemente, inquietante.
Nos hemos acostumbrado a asignarle un empuje democratizador al facilitar enormemente la expresión de las opiniones de las personas, la difusión de la información, el debate, la igualdad en el acceso a datos y la posibilidad de trabajos en lugares remotos.
Nos hemos acostumbrado a ver la Red como un aplanador y como un habilitador de la economía de la larga cola, una economía que permite competir a pequeñas empresas o incluso particulares y alcanzar un mercado interesante en competencia incluso con los más grandes.
Quizá nos hemos creído un cuento de hadas, o, más probable, nos hemos acostumbrado a una perspectiva hemipléjica de Internet y la Web 2.0.
Nicholas Carr, el controvertido Nicholas Carr, viene a despertarnos de ese sueño, a mostrarnos el reverso tenebroso de Internet.
En su libro 'El gran interruptor', tras dar un repaso a la evolución y paralelismnos de las industria de la electricidad y la de las Tecnologías de la Información y, en especial, Internet, cuando nos ha dejado fascinados con su perspicacia y el curioso y brillante futuro que parece aguardar a estas tecnologías, nos vuelca un tremendo jarro de agua fría dedicando una extensión importante de la segunda parte de su libro a analizar algunos de los efectos negativos, peligrosos o sorprendentes de Internet, su particular reverso tenebroso.
Para empezar el cambio de ritmo nos dice:
"Internet ha contenido siempre grandes contradicciones, tanto en la forma en que funciona como por la forma en que la gente la usa y la percibe. Es un elemento de control burocrático y de liberación personal, un conducto de ideales comunitarios y de beneficios corporativos. Estas y otras tensiones técnicas, económicas y sociales son cada vez más grandes"
Ya nos ponemos en guardia.
El primero de los puntos de dicho reverso tenebroso ya está esbozado en la frase anterior: el registro de nuestras acciones, el control, el fin del anonimato.
Más adelante lo expresa con mucha mayor claridad y contundencia:
"... muchos de nosotros damos por sentado el anonimato cuando salimos de compras o de negocios por la red... A través de los sitios que visitamos y de las búsquedas que efectuamos revelamos detalles sobre nuestro trabajo, aficiones, familia, política y salud, pero también nuestros secretos, fantasías, obsesiones, pecaditos e incluso, en el más extremo de los casos, delitos. Pero nuestra sensación de anonimato es una completa ilusión. La información detallada sobre todo lo que hacemos online se recoge, se almacena en bases de datos gubernamentales o corporativas, y se conecta con nuestras identidades reales, ya sea explícitamente a través de nuestros nombres de usuario, el número de nuestras tarjetas de crédito y las direcciones IP que se asignan automáticamente a nuestros ordenadores o directamente a través de nuestro historial de búsqueda y navegación."
En el fondo, ya lo sabíamos.
Todo aquel acostumbrado al mundo de Internet sabe que la sensación de anonimato tiene un puntito de ilusoria, que dejamos un rastro de nuestras acciones, que no actuamos completamente en la sombra.
Pero es tan fuerte la forma en que lo expresa Nicholas Carr, lo apoya en ejemplos tan terribles, hace tan patente esa falta de anonimato y nos anticipa usos tan preocupantes de esa información que al menos por unos momentos socava nuestra ilusión y confianza en internet, al menos por unos instantes consigue preocuparnos, al menos por unos instantes consigue que este presente y este futuro, esta disponibilidad de nuestra información personal en la red, esa absoluta falta de anonimato resulte, cuando menos, y como decíamos en uno de los primeros artículos de este blog, simplemente, inquietante.
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sábado, 5 de junio de 2010
Moore. Tercer ley de la tecnología
Cuando leía el libro 'Todo va a cambiar' del profesor Enrique Dans descubrí dos leyes de la tecnología:
Pero además de lo anterior, me anoto una nueva ley de la tecnología, la tercera, enunciada en 1965 y debida a un ingeniero de Intel llamado Gordon Moore. Según Moore:
"La potencia de los microprocesadores se duplica cada año o dos"
No tengo datos para comprobar durante cuánto tiempo se ha cumplido esta ley...y si sigue cumpliéndose. Tengo claro que llegará el día en que no se cumplirá, por mera saturación de la tecnología, por llegar a su límite...o porque será sustituida por otra o dejará de ser económicamente rentable el esfuerzo de I+D necesario para sostener el cumplimiento de la ley.
En cualquier caso, es una ley empírica que demuestra los enormes avances en el campo de la microelectrónica y demás tecnologías asociadas al desarrollo de microprocesadores que se han producido en las últimas décadas.
Muy interesantes e inspiradoras, sea como fuere, estas leyes de la tecnología que voy encontrando a través de diversas lecturas.
¿Qué otras leyes sobre la innovación y el desarrolo de la tecnología me quedan por descubrir?
- la tercera ley de Clake que nos dice que "cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia"
- la ley de Groove que nos indica que "La tecnología siempre gana. Puedes retrasar la tecnología mediante interferencias legales, pero siempre fluye alrededor de las interferencias legales"
Pero además de lo anterior, me anoto una nueva ley de la tecnología, la tercera, enunciada en 1965 y debida a un ingeniero de Intel llamado Gordon Moore. Según Moore:
"La potencia de los microprocesadores se duplica cada año o dos"
No tengo datos para comprobar durante cuánto tiempo se ha cumplido esta ley...y si sigue cumpliéndose. Tengo claro que llegará el día en que no se cumplirá, por mera saturación de la tecnología, por llegar a su límite...o porque será sustituida por otra o dejará de ser económicamente rentable el esfuerzo de I+D necesario para sostener el cumplimiento de la ley.
En cualquier caso, es una ley empírica que demuestra los enormes avances en el campo de la microelectrónica y demás tecnologías asociadas al desarrollo de microprocesadores que se han producido en las últimas décadas.
Muy interesantes e inspiradoras, sea como fuere, estas leyes de la tecnología que voy encontrando a través de diversas lecturas.
¿Qué otras leyes sobre la innovación y el desarrolo de la tecnología me quedan por descubrir?
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jueves, 3 de junio de 2010
Errores de predicción acerca del mercado de la tecnología
Nos recuerda Nicholas Carr en su libro 'El gran interruptor' algunos de los históricos errores de apreciación en lo relativo al mercado de los computadores.
Así, Howard Aiken, a la sazón profesor de Harvard y miembro del Consejo de Investigación Nacional de EEUU, pensaba que su país tenía capacidad de absorber, como mucho, media docena de computadores.
Pero no era el único. Thomas Watson, otro ilustre de los albores de la computación, afirmaba en 1943 que "a mi entender existe un mercado mundial para cinco ordenadores".
Algo 'más optimistas', John Prespert Eckert y John Mauchly, los creadores del UNIVAC, en 1948 pensaban en dos docenas de compañías que podían ser candidatas idóneas para el uso de dicho computador.
A esto podríamos añadir casos más modernos como el desprecio que al mundo del ordenador personal mostró Digital Research, y que le costó no poderse subir al mercado de los sistemas operativos para microordenadores, batalla que ganó Microsoft...o el desprecio que no hace tanto mostraba la propia Microsoft por el mundo de Internet.
Y es que está claro que predecir siempre es difícil y el mercado de la tecnología parece ser especialmente esquivo, especialmente resistente a ser sometido a reglas sencillas. Quizá porque la innovación, por suponer cambios profundos, siempre nos sorprende. Quizá porque la evolución tecnológica y el mercado asociado a ella esté sometido al imperio de los cisnes negros.
O quizá, y tirando de ironía, porque, como reza el dicho, "predecir siempre es difícil... especialmente si es a futuro".
Así, Howard Aiken, a la sazón profesor de Harvard y miembro del Consejo de Investigación Nacional de EEUU, pensaba que su país tenía capacidad de absorber, como mucho, media docena de computadores.
Pero no era el único. Thomas Watson, otro ilustre de los albores de la computación, afirmaba en 1943 que "a mi entender existe un mercado mundial para cinco ordenadores".
Algo 'más optimistas', John Prespert Eckert y John Mauchly, los creadores del UNIVAC, en 1948 pensaban en dos docenas de compañías que podían ser candidatas idóneas para el uso de dicho computador.
A esto podríamos añadir casos más modernos como el desprecio que al mundo del ordenador personal mostró Digital Research, y que le costó no poderse subir al mercado de los sistemas operativos para microordenadores, batalla que ganó Microsoft...o el desprecio que no hace tanto mostraba la propia Microsoft por el mundo de Internet.
Y es que está claro que predecir siempre es difícil y el mercado de la tecnología parece ser especialmente esquivo, especialmente resistente a ser sometido a reglas sencillas. Quizá porque la innovación, por suponer cambios profundos, siempre nos sorprende. Quizá porque la evolución tecnológica y el mercado asociado a ella esté sometido al imperio de los cisnes negros.
O quizá, y tirando de ironía, porque, como reza el dicho, "predecir siempre es difícil... especialmente si es a futuro".
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miércoles, 2 de junio de 2010
Efecto social de la tecnología
Afirma, sin ambages, Nicholas Carr en su libro 'El gran interruptor':
"La tecnología configura la economía, y ésta, a su vez, configura la sociedad".
Pocas dudas ofrece, creo, la afirmación. La influencia de la tecnología en la economía, la tecnología de todo tipo, es evidente a lo largo de los siglos. Quizá menos evidente por llevarse a cabo por vía indirecta sea el que, a través de la economía, la tecnología influye en la sociedad.
Sin embargo, diría que con las tecnologías TIC y el auge de Internet y la Web 2.0, la tecnología es capaz de influir directamente en la sociedad, sin apenas paso intermedio por la economía.
Fenómenos como las redes sociales, la blogosfera o herramientas de mensajería instantánea, cambian la forma en que nos relacionamos, en que nos comunicamos, en que se difunden las ideas. Y esto forma parte de la esencia de la sociedad. Y, sin embargo, no está aún claro la influencia económica de esas tecnologías y herramientas salvo, quizá, por la denominada economía de la atención.
Y si la tecnología modela la sociedad, parece lícito, atractivo y hasta necesario interesarse por ella.
Y en ello estamos...
"La tecnología configura la economía, y ésta, a su vez, configura la sociedad".
Pocas dudas ofrece, creo, la afirmación. La influencia de la tecnología en la economía, la tecnología de todo tipo, es evidente a lo largo de los siglos. Quizá menos evidente por llevarse a cabo por vía indirecta sea el que, a través de la economía, la tecnología influye en la sociedad.
Sin embargo, diría que con las tecnologías TIC y el auge de Internet y la Web 2.0, la tecnología es capaz de influir directamente en la sociedad, sin apenas paso intermedio por la economía.
Fenómenos como las redes sociales, la blogosfera o herramientas de mensajería instantánea, cambian la forma en que nos relacionamos, en que nos comunicamos, en que se difunden las ideas. Y esto forma parte de la esencia de la sociedad. Y, sin embargo, no está aún claro la influencia económica de esas tecnologías y herramientas salvo, quizá, por la denominada economía de la atención.
Y si la tecnología modela la sociedad, parece lícito, atractivo y hasta necesario interesarse por ella.
Y en ello estamos...
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Tecnología y sociedad
martes, 1 de junio de 2010
El golf y la venta consultiva: un caso práctico
Quizá tenía un concepto algo restrictivo y magnificado de lo que era la venta consultiva, esa técnica de venta en que el comercial se convierte más en un asesor de su cliente que en un puro vendedor, en un acompañante y consejero, en un socio. Una técnica que busca más el medio y largo plazo que el corto, la fidelización más que el 'pelotazo'.
Me la imaginaba muy orientada a grandes cuentas y apta para productos o servicios complejos y de amplia gama: soluciones tecnológicas, productos financieros y cosas así.
Pero este fin de semana tuve una excelente demostración de lo que es la venta consultiva en la práctica. Y, en este caso, el cliente, yo mismo, no era un gran cliente sino un cliente anónimo más, y el producto, ciertamente de cierta complejidad, eran los accesorios para la práctica del golf, deporte en que desde hace muy poco tiempo me estoy iniciando.
Sólo buscaba un guante y un par de palos, un putter y un sand wedge (bueno, en realidad, lo del putter lo tenía claro, del otro no sabía bien lo que realmente necesitaba ni cómo se llamaba).
Y acudí con mi familia a unos conocidos grandes almacenes en el centro de Madrid.
Y cuando, despistado, curioseaba a ver qué encontraba, acudió un amable vendedor...que en un minuto se transformó en consejero y profesor. Primero me aconsejó en cuanto a la marca de los palos; luego me explicó que lo que necesitaba era, precisamente, un 'sand wedge'. Y luego, simplemente, se lanzó, pleno de pasión y conocimiento, a explicarnos los secretos del golf, qué tipo de guante era más adecuado, cómo se cogía un palo, lo importante que es salir rápido al campo, lo irrelevante del handicap, los secretos de la iniciación de niños en este deporte, las posibilidades que tiene un zurdo practicando el golf puesto que la calle de los hoyos difíciles suele torcer hacia la izquierda, ... y tantas y tantas cosas... Toda una lección de golf gratuita...y todo un ejemplo de venta consultiva.
Quizá, en efecto, el golf tenga tanta complejidad, que pueda ser un mercado apto para la venta consultiva. Quizá, en realidad, la venta consultiva no esté dirigida sólo a grandes cuentas sino que puede extenderse a bienes de consumo y, por ejemplo, al sector del 'retail'. Quizá el vendedor de la esquina de toda la vida lo que practique sea venta consultiva. A lo mejor, la venta consultiva sea, en efecto, una técnica, pero también tenga mucho que ver con el conocimiento y, más todavía, con la actitud del vendedor.
Creo que este vendedor era jugador profesional (o semiprofesional) de golf. Le sobraba, por tanto, conocimiento. Pero, sobre todo, era un apasionado del producto que vendía y buen comunicador y, todos esos factores unidos le convertían en un gran vendedor consultivo... y en un enorme profesional de la venta.
Dos palos y un guante. No parece una gran venta. Pero la próxima vez que necesite un accesorio de golf, acudiré, sin duda, a los mismos grandes almacenes en busca del mismo vendedor.
Y eso sí que es una gran venta.
Me la imaginaba muy orientada a grandes cuentas y apta para productos o servicios complejos y de amplia gama: soluciones tecnológicas, productos financieros y cosas así.
Pero este fin de semana tuve una excelente demostración de lo que es la venta consultiva en la práctica. Y, en este caso, el cliente, yo mismo, no era un gran cliente sino un cliente anónimo más, y el producto, ciertamente de cierta complejidad, eran los accesorios para la práctica del golf, deporte en que desde hace muy poco tiempo me estoy iniciando.
Sólo buscaba un guante y un par de palos, un putter y un sand wedge (bueno, en realidad, lo del putter lo tenía claro, del otro no sabía bien lo que realmente necesitaba ni cómo se llamaba).
Y acudí con mi familia a unos conocidos grandes almacenes en el centro de Madrid.
Y cuando, despistado, curioseaba a ver qué encontraba, acudió un amable vendedor...que en un minuto se transformó en consejero y profesor. Primero me aconsejó en cuanto a la marca de los palos; luego me explicó que lo que necesitaba era, precisamente, un 'sand wedge'. Y luego, simplemente, se lanzó, pleno de pasión y conocimiento, a explicarnos los secretos del golf, qué tipo de guante era más adecuado, cómo se cogía un palo, lo importante que es salir rápido al campo, lo irrelevante del handicap, los secretos de la iniciación de niños en este deporte, las posibilidades que tiene un zurdo practicando el golf puesto que la calle de los hoyos difíciles suele torcer hacia la izquierda, ... y tantas y tantas cosas... Toda una lección de golf gratuita...y todo un ejemplo de venta consultiva.
Quizá, en efecto, el golf tenga tanta complejidad, que pueda ser un mercado apto para la venta consultiva. Quizá, en realidad, la venta consultiva no esté dirigida sólo a grandes cuentas sino que puede extenderse a bienes de consumo y, por ejemplo, al sector del 'retail'. Quizá el vendedor de la esquina de toda la vida lo que practique sea venta consultiva. A lo mejor, la venta consultiva sea, en efecto, una técnica, pero también tenga mucho que ver con el conocimiento y, más todavía, con la actitud del vendedor.
Creo que este vendedor era jugador profesional (o semiprofesional) de golf. Le sobraba, por tanto, conocimiento. Pero, sobre todo, era un apasionado del producto que vendía y buen comunicador y, todos esos factores unidos le convertían en un gran vendedor consultivo... y en un enorme profesional de la venta.
Dos palos y un guante. No parece una gran venta. Pero la próxima vez que necesite un accesorio de golf, acudiré, sin duda, a los mismos grandes almacenes en busca del mismo vendedor.
Y eso sí que es una gran venta.
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