Si nos preguntaran, y no pensáramos mucho la respuesta, seguramente apostaríamos siempre por la armonía de los equipos de trabajo, las buenas relaciones interpersonales, la fuerte cohesión del grupo.
Seguramente pensaríamos que esas características conducen, no sólo al bienestar de las personas, sino también a una más alta productividad del grupo...
...y nos equivocaríamos, al menos en lo que a productividad se refiere.
Si lo pensamos bien, la reflexión que Ted Klastorin hace sobre el particular en su libro 'Gestión de proyectos', es más acertada que esa primera y simple impresión. Nos dice:
"es razonable concluir que cierto grado de equilibrio entre la cohesión y la hostilidad del grupo es deseable. Es evidente que demasiado conflicto reduce una comunicación efectiva y entorpece la capacidad de los miembros del equipo para trabajar juntos. Por otra parte, miembros del equipo con [...] una cohesión alta tienden a evitar plantearse unos a otros preguntas difíciles, necesarias para mantener el proyecto en el camino correcto."
Ya se ve. Como en tantas cosas, en el equilibrio está la virtud. Ni la cohesión es la perfección ni un cierto grado de hostilidad resulta, paradójicamente, negativo, sino todo lo contrario. Un buen ambiente de trabajo es saludable, pero si en aras de esas buenas relaciones se sacrifica la exigencia o el feedback, estamos caminando en la dirección de la falta de productividad.
Difícil equilibrio, sin duda.
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