Tendemos a pensar que el proceso de toma de decisiones, al menos en el entorno profesional, es un proceso netamente racional ¿verdad?
Realizamos análisis de impacto, análisis de coste-beneficio, censos de pros y contras, quizá aplicamos baremos de valoración por criterios ponderados por un peso...
En efecto, creo que en las decisiones interviene, o debiera intervenir, un componente claramente racional. Los análisis, en su justa medida, creo son herramientas útiles e incluso necesarias para adoptar buenas decisiones.
Sin embargo, no nos confiemos. Somos seres racionales si, pero también emocionales y en muchas ocasiones la emoción pesa mucho más de lo que pensamos o quisiéramos pensar.
Ese peso de lo emocional puede hacernos perder parcialmente el control del proceso, pero también la emoción tiene sus ventajas porque constituye una ayuda a la decisión, algo que nos facilita adoptar una postura o curso de acción en un espacio de tiempo breve.
Esta es, mas o menos, la idea que nos transmite Nick Morgan en su libro 'Power cues' cuando afirma:
At its heart, decision making involves emotions, because emotions give us the ability to weigh the relative importance of all the factors involved
Por tanto, probablemente no sea negativa la existencia de la emoción en el proceso de decisión, siempre que seamos conscientes de ella, siempre que eso no constituya una barrera para la realización de los análisis precisos y siempre que hagamos participar tambien de forma preponderante a nuestro yo consciente.
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