Los patrones, en el sentido en que en este artículo los utilizo, son comportamientos, soluciones o esquemas de funcionamiento que, ante distintas situaciones o problemáticas, ofrecen una solución similar. Esta idea ya fue utilizada hace bastantes años para describir los denominados patrones de diseño en la disciplina de la ingeniería de software. En el mundo de la empresa y los negocios, el equivalente podrían ser las denominadas best practices (mejores prácticas).
Una de las bondades de los patrones es que pueden aplicarse en problemáticas en apariencia bastante diferentes y exportar lo ya conocido para un caso de aplicación exitosa a la siguiente problemática. Permiten, por tanto, un aprendizaje y progreso acelerados.
Quizá, y de nuevo en el mundo de la empresa, ése sea el fundamento del benchmarking. Un patron que haya funcionado en un entorno y empresa, quizá pueda proporcionarnos la solución en otro entorno y/o empresa diferente. Y las conclusiones que para un patrón conocido hayamos obtenido, podrían ser exportables al nuevo contexto de aplicación.
En este artículo, y al menos uno más que seguirá, quisiera comentar un patrón emergente, un patrón que nunca he visto descrito como tal (aunque no excluyo, por supuesto, que alguien lo haya identificado con anterioridad) y que, proveniente de la naturaleza, parece tener su aplicabilidad en ciencia, tecnología e, incluso, y eso es lo que quisiera destacar, en las redes sociales.
Es bien conocido desde hace ya bastantes años cómo el cerebro está compuesto por unas células denominadas neuronas. Las neuronas, compuestas fundamentalmente de un cuerpo central o núcleo, un eje o axón y unas terminaciones denominadas dendritas, establecen conexiones entre sí mediante las denominadas sinapsis. Aparentemente, las neuronas actúan a modo de procesador muy sencillito así como un transmisor de impulsos. Aparentemente también, el pensamiento y el conocimiento natural reside en esa capacidad de procesamiento y, fundamentalmente, en esa interconexión de millones y millones de neuronas y la interacción y transmisión de impulsos entre ellas.
Esta idea, este patrón en realidad, fue ya imitado hace muchos años dentro del campo de la inteligencia artificial. La idea básica era encontrar un esquema diferente al de los computadores basados en arquitectura de Von Neumann. En lugar de eso, se intentaba emular la forma de funcionamiento del cerebro en busca de capacidades superiores de razonamiento y proceso. Así, se definieron y desarrollaron las denominadas redes neuronales artificiales, exponente típico de las cuales eran los denominados perceptrones. El patrón se aplicaba, al menos en sus líneas básicas, casi a rajatabla. Se definían procesadores muy simples que se interconectaban ente sí. Aunque quizá la inteligencia artificial no haya alcanzado la promesa que supuso hará dos o tres décadas, lo cierto es que se han conseguido crear soluciones practicas basadas en redes neuronales artificiales. Estas redes exhiben un comportamiento que, en efecto, en algunos aspectos recuerda al pensamiento humano y así son capaces de, tras una fase de entrenamiemto o aprendizaje, proporcionar soluciones a problemas complejos mediante algoritmos que, de una forma casi mágica, casi inexplicable, por la aparentemente simple vía del ajuste de sus conexiones, dar con la solución correcta.
Este patrón en que, a partir de interconexiones más o menos complejas y ajustables de procesadores simples, se genera un esquema de pensamiento o conocimiento superior, es a lo que denomino el patrón neuronal.
Hasta aquí no es más que un resumen, muy simplificado, del funcionamiento del cerebro y el significado de las redes neuronales artificiales.
Pero el pensamiento que hace unas semanas se me vino a la mente y que me resultó muy sugerente, fue el paralelismo que existe entre el pensamiento natural o el de las redes neuronales artificiales y el que emerge de las redes sociales.
En las redes sociales, los humanos se interconectan entre sí mediante vínculos fuertes o débiles de carácter social. Usando esos vínculos, las personas interactúan, comparten noticias, conocimientos y experiencias. Y entendemos que, de esta interacción, de esta profunda interconexión, surge una forma de conocimiento social superior, una mayor capacidad de innovación, un más acelerado progreso de la sociedad. ¿Se ve el patrón? En las redes sociales, los nodos, los procesadores simples, somos cada una de las personas que en la red intervienen. Los vínculos serían las interconexiones que, a modo de sinapsis sociales, nos relacionan.
Si eso es así, y si el patrón neuronal tiene alguna validez, la sociedad conectada sería algo así como un gran cerebro, un cerebro con unas capacidades infinitamente superiores a la de cada uno de sus procesadores, cada una de sus neuronas, cada uno de nosotros.
¿A dónde nos puede llevar este patrón neuronal aplicado a las redes sociales? En el punto en que lo expongo es poco más que una metáfora y una sugerencia. Sin embargo, parece viable y hasta creíble pensar que algunas de las leyes, algunos de los algoritmos matemáticos que creemos gobiernan el funcionamiento del cerebro, y desde luego, el de las redes neuronales artificiales, pudieran ser aplicables al conocimiento social. Si lográramos demostrar algo en ese sentido, la aplicabilidad del patrón nos podría conducir de forma acelerada a conlusiones interesantes, útiles, quizá asombrosas.
En un próximo artículo, exploraremos algún otro aspecto del patrón neuronal. En este caso, asociado al concepto, tan de moda, de la serendipia.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
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