Hace un par de días, ojeaba la siguiente noticia en el diario Expansión: El gobierno veta el spam telefónico y refuerza las indemnizaciones. Hasta ahora no se me había ocurrido hacer caer la televenta en la categoría de 'spam' aunque, reflexionándolo a partir del titular de esta noticia, comencé a ver que, en efecto, la televenta tiene mucho parecido con el spam. Desde luego, a mi me molesta de forma parecida. Pero luego seguí pensando en esa generalización y comparando la televenta, o el telemarketing, con otras formas de publicidad, e intenté analizar por qué, realmente, percibo esa semenjanza entre la televenta y el spam.
En primer lugar, se me ocurrió que una característica que comparten la televenta y el spam es su carácter indeseado. No deseamos lo correos que recibimos con publicidad diversa, como no deseamos que nos llamen a nuestros hogares para vendernos una tarjeta de crédito o una tarifa de comunicaciones más económica. Sin embargo, ¿ es diferente esto al caso de la publicidad tradicional ?. Probablemente no. Cuando encendemos la televisión, nos invaden multitud de anuncios que, en general, no son deseados.
Por otra parte, podríamos alegar la invasión de la intimidad pero...cuando pensamos que estamos en el salón de nuestra casa y, en el intermedio de una película nos anuncian quién sabe qué cosas...¿ no es un grado similar de invasión de nuestra intimidad que lo que supone un correo basura ?
No parece, por tanto, que ni la indeseabilidad, ni la invasión de la intimidad, sean las características que más hermanan a la televenta y el spam y los distinguen de otras formas de publicidad.
¿ Qué, pues ?
Pues una primera característica es lo que denominaría, de forma algo inexacta, la no invitación. Quiero decir que, cuando encendemos la televisión o la radio, o leemos un periódico, de alguna forma estamos abriendo voluntariamente una puerta, a sabiendas de que por ella, aparte de información o entretenimiento, entrará publicidad. Son las reglas del juego. Sin embargo, cuando recibimos un mensaje en nuestro correo, o nos llaman a nuestra casa, nosotros no hemos invitado a nadie, no hemos abierto, ninguna puerta...el anunciante se ha colado furtivamente por una ventana. Y eso, empieza a caracterizar el spam y la televenta...e iniciar el círculo del fastidio.
Por otro lado, el spam (y la televenta) son dirigidos. Este aspecto está relacionado con el anterior. La televisión es un medio que actúa como difusión. Accede a él quien quiera acceder y recibimos todos el mismo mensaje. En el spam, y en la televenta, el correo o la llamada están dirigidos a alguien concreto y, en algunos casos, se realiza una cierta personalización de ese mensaje. Esto es diferente...y ahonda más en la invasión de la intimidad en el fastidio...y en la sospecha.
¿ Y por qué, sospecha ?. Pues porque con frecuencia, y aunque es difícil de probar, el que nos envía la publicidad ha accedido a nuestra información de contacto (dirección de correo o número de teléfono) por medios o con fines que bordean lo legal y lo ético... o caen de lleno en lo ilegal cuando se utilizan datos de carácter personal sin autorización del interesado y con usos diferentes de aquellos para los que esos datos se encuentran en manos de un operador o en Internet. Digamos que, cuando menos, se hace un uso no ético de nuestros datos.
Vemos, pues, que spam y televenta comparten ese carácter de no invitación, de dirección y de uso presuntamente no ético de nuestros datos. Definitivamente, el spam y la televenta se parecen, se parecen mucho. Tal vez no sean más que manifestaciones multicanal del mismo problema.
miércoles, 27 de mayo de 2009
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