A veces, por desgracia, se tiende a dar una visión negativa de la tecnología.
A veces, por desgracia, sólo nos quejamos de los riesgos que lleva aparejada. Y sí, algunos tiene, hay que reconocerlo, pero hay mucho más. A veces, cuando hablamos de ética en relación a la tecnología, y muy particularmente en torno a la inteligencia artificial y los robots, la planteamos desde una perspectiva catastrofista y legalista, orientada a a vigilancia y la limitación, como si el único papel de la ética fuese limitar las posibilidades, erróneamente vistas como fundamentalmente peligrosas, que la tecnología trae consigo.
No comparto esa visión. No la comparto en absoluto.
Es inevitable, de nuevo por desgracia, que la visión ética de la tecnología nos conduzca en ocasiones a establecer algunas limitaciones en su uso, alguna vigilancia de los empleos mal intencionados o potencialmente peligrosos. Pero es un error limitarla a eso. Casi diría que es un error que ese sea, siquiera, su papel fundamental. Un gran error.
Me convence más una ética que, sin renunciar a alguna vigilancia, se centre en el impacto positivo, en lo que la tecnología, la inteligencia artificial y los robots pueden aportar en cuento a progreso económico, en cuanto a bienestar de las personas, en cuanto a impacto social positivo.
Hay muchas buenas razones para ello. Razones, económicas, razones prácticas, razones de expectativa, razones de visión e incluso razones humanitarias.
Pero en este artículo, voy a aportar una razón diferente, casi sorprendente, pero que a lo mejor hace reflexionar a algún pesimista.
En los últimos meses, en que tanto tiempo estoy dedicando a investigar en materia de interacción entre robots y personas, a la robótica social y a la computación afectiva, me he encontrado repetidamente, y así ha aparecido en algunos artículos de este blog, la reconocida tendencia de las personas a antropomorfizar todo aquello con lo que se relacionan, entre lo que se incluye también a los robots. Esa antropomorfización fija en gran medida las expectativas que tenemos sobre los robots y la inteligencia artificial, y condiciona en alguna medida el diseño de los robots sociales.
Pero puede que haya algo más. En el libro 'Emotional Design in Human-Robot Interaction: Theory, Methods and Applications' editado por Hande Ayanoglu y Emilia Duarte, me encuentro la siguiente afirmación:
Robots and our technologies, in general, are reflections on what we are, how we understand them and design them reflect our understanding of ourselves.
Es decir, no es solo ya que proyectemos en los robots unas expectativas exageradas que nacen de una poco realista antropomorfización, es que los robots, según afirma la cita, son reflexiones sobre nosotros mismos y los diseñamos para que reflejen lo que creemos que somos, la imagen que los humanos tenemos de nosotros mismos.
¿Y es a esas creaciones que tanto nos reflejan a las que atribuimos tanta maldad y tantas malas intenciones, a las que creemos que hay que vigilar estrechamente?
Si los robots son, de alguna manera, nuestro espejo, el reflejo de lo que creemos del propio ser humano, tendríamos una buena razón para intentar mejorar nuestra opinión y nuestra postura ética frente a ellos, que sería tanto como mejorarla respecto a nosotros. Quizá, deberíamos ser un poco Pygmaliones, situar las mejores expectativas sobre los robots y la inteligencia artificial, lo que sería casi tanto como mejorar las expectativas sobre nosotros mismos, en la esperanza de que, por mor de ese efecto Pygmalión, las expectativas se cumpliesen y mejorásemos como raza, como sociedad, no solo en lo material, tambiñen en lo ético.
Los mismos autores citados remachan:
We need artificial agents that highlight what is valuable and enjoyable about being human.
Necesitamos unos agentes artificiales (léase, unos robots) que resalten lo que de valioso y gozoso tiene el ser humano.
Así sea.