A veces cuando hablamos de los peligros que trae consigo la tecnología, que sin duda los trae, nos olvidamos de los muchos beneficios a ella asociados, unos beneficios que creo ofrecen al final un claro balance positivo.
A veces, cuando hablamos de ética asociada a la tecnología, lo hacemos desde la prevención, la ignorancia o peor, desde el miedo. A veces parece que la ética es sólo una defensa contra aquello que tememos, con justificación o sin ella.
Y no, no se trata de eso. No se debe tratar de eso. Yo ni quiero ni creo en esa ética anti-tecnología.
Es cierto que la tecnología incluye riesgos, pero es igual de cierto que es la base del progreso y la mejora en nuestro bienestar económico y social. Es cierto que se puede hacer daño con ella, pero es más cierto que se puede hacer el bien, mucho bien, sobre todo el bien.
Y según eso, deberíamos empezar a aplicar una ética positiva, una ética que no sólo no sea enemiga de la tecnología sino que, bien al contrario, nos exija su empleo para aquello que le es propio: el progreso de la humanidad.
En ese sentido escribí hace un par de meses en este mismo blog el artículo 'La eficiencia como deber moral', un artículo en que proclamaba el imperativo ético del uso de la tecnología para la eficiencia como forma de incrementar de forma más sostenible la riqueza y, por tanto, el bienestar humano.
Y en parecido sentido parecen abogar Richard Benjamins e Idoia Salazar en su libro 'El mito del algoritmo' cuando, hablando del uso de los datos, y de la posibilidad de su empleo para ayudar en el combate contra la pandemia del COVID19, nos dicen:
no es ético no usar los datos para el bien social.
Otro caso de una afirmación en positivo de la ética de la tecnología, de la exigencia moral de su empleo cuando esto redunda en el bienestar humano y en su progreso.
Esa sí, esa es la ética tecnológica en la que creo.
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PD: Artículo dedicado a José Aguilar, en recuerdo de la conversación que hemos mantenido esta misma tarde.
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