lunes, 27 de julio de 2020

La eficiencia como deber moral

Vivimos en una época de creciente automatización de procesos y tareas. Y no solo ya tareas de naturaleza productiva del ámbito industrial u otros sectores primarios, usando para ello maquinaria pesada y robots industriales. La automatización alcanza también a los servicios, a las tareas de oficina, a los trabajos de 'cuello blanco' debido a la creciente digitalización, a la aparición y expansión de los robots software, al progreso y uso creciente de la inteligencia artificial.

Ante esa creciente automatización y, sobre todo, ante la perspectiva de que esa automatización crezca mucho más, surgen preguntas lógicas sobre en qué trabajaremos los humanos dentro de unos años, sobre cuál es el futuro del empleo, sobre si habrá trabajo para todos o, incluso, si será necesario instituir una renta básica universal ante una eventual ausencia de empleo suficiente para todas las personas o, al menos, una parte suficientemente relevante de ellas.

Y como siempre que aparecen miedos y temores, en este caso a la automatización, se puede provocar, creo que se provoca de hecho, un movimiento de cierta resistencia y un cuestionamiento de si avanzamos en la dirección adecuada o si debemos establecer medidas que de alguna forma condicionen ese avance de la automatización o que hagan 'pagar' a los robots, en forma de impuestos, esos trabajos humanos que hacen desaparecer.

Ya en otro artículo dí mi opinión, no favorable por cierto, al tema de los impuestos a los robots, pero en este artículo quisiera reclamar algo más. Quisiera hacer ver que la automatización y los robots lo que nos traen es sobre todo eficiencia y que esa eficiencia es buena. Y tan buena es que se trata no sólo de una bondad desde el punto de vista económico o productivo, sino que creo que la eficiencia es, si me apuran un deber ético, un deber moral.


¿Que es la eficiencia?


Dicho de forma muy simple, pero creo que adecuada, eficiencia es hacer más con menos. 

Es decir, la eficiencia significa producir más productos y servicios usando menos recursos (materiales, humanos, económicos). Evidentemente, también consideramos eficiencia producir más productos y servicios con los mismos recursos o también, consumir menos recursos para producir los mismos productos y servicios.Pero eso son simple matices.

Podemos decir que la eficiencia es una combinación de riqueza y frugalidad.


La riqueza


Cuando hablamos de producir productos y servicios en el fondo estamos hablando de generar riqueza. Porque los productos y servicios es todo aquello que los seres humanos necesitamos o deseamos y que por eso producimos. Productos y servicios son los alimentos, el vestido y el cobijo. Productos y servicios son los coches,  las carreteras, los servicios sanitarios y sociales. Productos y servicios son la educación, el deporte y el ocio. Productos y servicios son también la cultura y el arte. 

Más productos y servicios significa más riqueza, más verdadera riqueza. No se trata del dinero, que es un mero medio y representación de la riqueza, sino de satisfacción de todo aquello que como seres humanos necesitamos o anhelamos.

Y no se me ocurre ningún motivo por el que, si está en nuestra mano conseguirlo, no debamos crear más riqueza. Y no se me ocurre por tanto, ningún motivo válido por el que no debamos ser más eficientes, y con ello crear más riqueza.

¿No queremos más y mejores servicios sanitarios? ¿No queremos remedios y vacunas para las diversas dolencias? Pues eso es riqueza y se consigue más mediante la eficiencia. ¿No queremos servicios sociales? Pues eso es riqueza y se consigue más si somos eficientes. ¿No queremos viviendas para todos? Pues las viviendas son riqueza y se consiguen más si somos eficientes. ¿No queremos más y mejores alimentos? ¿No queremos acabar con el hambre en el mundo? Pues eso es riqueza, y se consigue más si somos eficientes. 

Permanecen, evidentemente, muchos problemas ligados a la riqueza que no se resuelven sólo con eficiencia. Podemos tener problemas como quizá desear cosas que no nos convienen del todo, pero yo me refiero a producir bienes y servicios que llamaré 'legítimos', aquellos que son buenos para el ser humano en su conjunto. Mucho más importante, tenemos el problema de, una vez que generamos la riqueza cómo la distribuimos de una forma justa, cosa que ciertamente hoy en día no está resuelto en absoluto. 

Esos son otros problemas que debemos atacar también y donde la eficiencia no nos va a ayudar. Pero, a pesar de ello, si podemos generar más alimentos debemos hacerlo, al menos mientras haya segmentos de población que no tienen lo suficiente. Si podemos conseguir viviendas dignas para todos, debemos hacerlo. Si podemos ampliar y mejorar coberturas sanitarias y sociales, debemos hacerlo. Y, por qué no, si podemos darnos más y mejores oportunidades de ocio y cultura, también debemos hacerlo. Si podemos generar más riqueza, así entendida, pues, debemos hacerlo.

Mientras no hayamos alcanzado un nivel de riqueza tal que se satisfagan todas las necesidades y deseos legítimos de todos los seres humanos es lícito y hasta casi obligatorio intentar generar esa riqueza adicional.

Y ya que la eficiencia nos ayuda a generar más riqueza, debemos buscarla. Y si tenemos los medios para ser eficientes, y por tanto para generar más riqueza y con ello ayudar a la humanidad en su conjunto a satisfacer sus necesidades y deseos, la eficiencia es una obligación, un obligación moral.


La frugalidad


La frugalidad es la otra cara de la eficiencia: el uso de un mínimo de recursos. Y eso es importante porque los recursos con que contamos son finitos.

Consumir recursos económicos en una cierta actividad nos impide utilizarlos en otra, es decir, nos impide generar más riqueza. Emplear más recursos económicos en una actividad concreta nos impide invertirlos en otra, y por tanto es una especie de 'riqueza cesante'. Emplear más recursos materiales no sólo nos impide darle otros usos, es que además desgasta a nuestro planeta, a nuestro medio ambiente. Incrementa y por tanto desgasta el uso de minerales, plantas o animales. Emplear más recursos es también emplear más energía que, no sólo podría tener usos alternativos sino que, además, hoy en día, en general se consigue por medios contaminantes. Y emplear más tiempo de personas no sólo implica que éstas no puedan realizar otras actividades productivas, sino también implica menos tiempo para los servicios a los demás, o para el ocio o el propio desarrollo personal en los ámbitos culturales o espirituales, por ejemplo.

¿No queremos aliviar el desgaste a que sometemos a nuestro planeta? Consumamos menos recursos, es decir, seamos más eficientes. ¿No queremos contaminar menos? Consumir menos materiales y menos energía contribuirá a ello, así que seamos eficientes en el uso de materiales y energía. ¿No es deseable dedicar más tiempo a atender a otras personas, quizá colectivos vulnerables como ancianos o enfermos? Pues para liberar tiempo de personas que se puedan dedicar a otras personas necesitamos ser más frugales, es decir, más eficientes en el uso de nuestro tiempo.  ¿No queremos más tiempo libre para nuestro ocio y desarrollo personales? Pues para eso necesitamos liberar horas de producción, necesitamos ser más eficientes.

No voy a ser inocente. También en este lado de la ecuación hay algún problema importante. La bondad de ser frugal en recursos económicos y materiales parece casi inapelable. Pero ahorrar en trabajo de seres humanos conlleva alguna dificultad no menor: ¿Qué pasa con el empleo? ¿Qué pasa con aquellos a los que una ola de automatización les 'pille con el pié cambiado' y sin posibilidad realista de reconversión profesional? Si, es cierto que a una automatización masiva convendría acompañarla quizá de ayudas sociales o, mucho mejor, con formación y reconversión, una formación a poder ser proactiva, que no espere a cuando el problema ya está encima. 

Pero la conveniencia de medidas concretas específicas para paliar algún efecto indeseable transitorio, no obsta para que la frugalidad y por tanto la eficiencia por sí mismas sean buenas: menos uso de recursos, más posibilidades de crear riqueza adicional, menor agotamiento del planeta, más tiempo para las personas...

Y si la frugalidad nos ayuda a tratar mejor a nuestro planeta y a regalarnos a nosotros más tiempo para otras actividades, debemos hacerlo. Y dado que eficiencia es frugalidad, debemos buscarla. Y si tenemos los medios para ser eficientes, y por tanto para aliviar la carga que imponemos a nuestro planeta y a nosotros mismos, la eficiencia es una obligación, un obligación moral.


En conclusión


Eficiencia es hacer más con menos. Eficiencia es crear más riqueza de una forma más frugal.

Eficiencia es, por tanto, satisfacer más necesidades y deseos (legítimos) de los seres humanos exigiendo menos al planeta y a los mismos seres humanos. De la eficiencia depende en buena medida, pues, el bienestar presente y futuro de la humanidad

Y así planteado, y sin ignorar, insisto, problemas colaterales a resolver como la distribución de la riqueza o problemáticas en el empleo, no existe ningún motivo lícito para no ser eficientes si tenemos el conocimiento y la tecnología para ello.

Y la eficiencia, por tanto, va más allá de una lógica meramente económica. La eficiencia es un deber. Un deber profundo. Un deber moral.

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