Pero a lo mejor, lo primero que habría que hacer es , simplemente, plantearse si tiene sentido, siquiera, el intentar que los robots detecten y expresen emociones.
En el libro 'Emotional Design in Human-Robot Interaction: Theory, Methods and Applications' editado por Hande Ayanoglu y Emilia Duarte se cita a Rosalind Pickard, la 'madre' de la computación afectiva, y por tanto alguien con autoridad en la materia, y se mencionan cuatro motivos:
- La presencia de emociones en el robot facilita la comunicación con el usuario (una comunicación, evidentemente emocional).
- La necesidad de desarrollar aplicaciones que controlan información emocional
- El interés creciente en el desarrollo de robots que presenten habilidades sociales y emocionales
- La presencia de emociones hace que la experiencia para el usuario sea más interesante y menos frustrante.
La segunda, con la que ya contaba, es que esa capacidad de gestión emocional abre la puerta a muchísimas aplicaciones de todo tipo: industrial, profesional, en el hogar y en el ámbito social.
Es cierto que con la gestión de las emociones entramos en terreno delicado, un terreno que precisa de una alta dosis de prudencia y de ética. Estoy seguro que de esto último voy a tener oportunidad de hablar largo y tendido próximamente.
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