Probablemente muchas cosas habrán cambiado cuando superemos, cualquiera sabe cuándo, las crisis del tristemente célebre coronavirus.
El feroz legado del coronavirus
Y mientras ese momento llega, desde ya, toca afrontar problemas, muy serios problemas, toca sufrir y toca resistir.
El coronavirus nos traerá, ya nos está trayendo por desgracia, una larga estela de muertes, no tanto por su verdadera letalidad, sino por el masivo contagio que hace que, a pesar de producir unas tasas de fallecimientos relativamente bajos, la multiplicación sea escalofriante. Hoy mismo me hice unos cálculos de cabeza, unos cálculos pesimistas, eso sí, pero prefiero no transcribir la cifra que me salia...algo realmente terrorífico, nunca visto. Espero haberme equivocado al multiplicar, o haber dibujado en mi mente un escenario demasiado pesimista y que, o bien mis hipótesis se demuestren erróneas, o bien que algo suceda por el camino que cambie esas hipótesis.
El coronavirus traerá consigo tragedias. Tragedias por fallecimientos, tragedias por las historias que vivirán familiares, amigos y compañeros de quienes resulten víctimas directas del virus o indirectas por el eventual y temido colapso del sistema sanitario.
Y el coronavirus traerá consigo otro tipo de dramas. Traerá consigo una grave crisis económica, con su rastro de historias de quiebras, despidos, miseria y desesperación.
El coronavirús va a poner a prueba, ya lo está empezando a hacer, la capacidad y resiliencia de nuestros sistemas sanitarios, la capacidad de gestión y coordinación de las administraciones, locales, nacionales, europeas y mundiales. Y también nuestra responsabilidad individual.
Aprendizaje
Pero en medio de tanta calamidad, también podemos esperar, como en toda crisis, algo de aprendizaje, algo incluso positivo.
En un plano que, a pesar de ser importante, en todo este contexto resulta bastante secundario, el coronavirus va a poner a prueba, y espero que demostrar la potencia, del mundo digital, la capacidad de vencer el aislamiento físico mediante las telecomunicaciones, la posibilidad de trabajar desde casa usando esas telecomunicaciones, las VPN, el cloud computing, la videconferencia, la mensajería, la colaboración en la red, las redes sociales... todo un arsenal para la viabilidad del funcionamiento de las empresas y las administraciones en medio del aislamiento físico, del famoso distanciamiento social. O también esas mismas soluciones colaborativas y de eLearning que permitan dar continuidad a la actividad docente sin necesidad de presencia física en las aulas.
Pero, por encima de todo, la crisis del coronavirus va a poner a prueba a las personas. Va a poner a prueba su resiliencia, claro, pero también sus valores y prioridades, su abnegación, su altura de miras y en algunos casos su liderazgo.
La crisis del coronavirus puede sacar a la luz los peores egoísmos, pero también las mayores generosidades.
En este país que vivimos hemos demostrado alguna vez una excepcional grandeza. Quizá, aunque hoy en día se la quiera devaluar, la más espectacular sea la transición política de los tardíos setenta y primeros ochenta, un fenómeno que, visto con perspectiva, fue una excepcionalidad histórica, una reconciliación que rozaba lo imposible. Y grandeza también, aunque quizá con alguna sombra, ante el 11-M y el terrorismo o, en materia de cooperación ya sea bajo la forma de misiones, de organizaciones sin ánimo de lucro, de trasplantes, de solidaridad en muchos sentidos. Grandeza en menor escala de importancia pero no de espectacularidad en algunas demostraciones deportivas que todos tenemos en la retina.
Ha habido ocasiones en que hemos sabido superar diferencias y trabajar codo con codo, con generosidad y altura de miras en pos de un objetivo, una ambición, un bien común. Alguna veces nos hemos sentido realmente unidos, como cuando rechazamos los atentados o cuando celebramos el gol de Iniesta.
¿Seremos capaces?
¿Seremos capaces de repetirlo?
¿Seremos capaces de ser responsables, de enfocarnos en la ayuda y soslayar la crítica? ¿Seremos capaces ayudarnos los unos a los otros? ¿Seremos capaces de utilizar Twitter y otros medios sociales no para criticar a los de otras ideologías o a los gestores de tal o cual gobierno, comunidad o ayuntamiento y, en su lugar, para ofrecer y prestar ayuda, para comunicar datos veraces, para dar ánimo o reconocimiento? ¿Y serán nuestro líderes, nuestros políticos, capaces de, por una vez, olvidarse de sus siglas, intereses y rencillas, de dejar de decidir pensando en el famoso 'relato', en cálculos de votos o imagen, o en cómo realzar los errores ajenos y ganar protagonismo, y en lugar de ello ponerse a colaborar, a facilitar las decisiones urgentes, a aportar entre todos ideas y talento en pos de un objetivo grave, urgente, ineludible y que es de todos?
¿Seremos capaces, ya que no debemos físicamente, al menos sí abrazarnos los unos a los otros en la colaboración y la comunión de intereses, valores y objetivos?
Aunque el coronavirus ya forma parte de nuestras vidas, desde hace alguna semana, lo cierto es que ha sido los dos últimos días cuando está empezando a mostrar su verdadera y temible faz. Y en ese breve periodo, cuando contemplo el comportamiento de personas y sobre todo políticos, veo luces y sombras, pero por desgracia, me parece vislumbrar más penumbra que brillo.
¿Es que no vamos a ser capaces? ¿De verdad?
La hora de la grandeza
Espero y deseo que las tornas cambien.
La crisis del coronavirus, es y va a ser un problema, es y va a ser un drama e, incluso, es y va a ser una tragedia pero, quizá por eso mismo, es también una oportunidad única para la grandeza.
No la desaprovechemos
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