Hace unos días hablábamos del denominado fracaso inteligente, cómo gestionar de un forma provechosa un fracaso en un proyecto de innovación.
Y decíamos que aunque el fracaso por sí mismo es negativo, es también inevitable y lo que sí podemos hacer es sacarle provecho mediante el aprendizaje y el 'fracaso temprano' aquel que consume una pequeña cantidad de recursos.
Pero para esta gestión inteligente del fracaso se necesita una cultura organizativa que no rehuya el riesgo y sobre todo que no castigue el fracaso, siempre que éste no se deba a una mala gestión.
De una forma casi especular a las características del fracaso inteligente, David L. Rogers, en su libro 'The digital transformation playbook' analiza los riesgos que para la innovación supone una cultura organizacional con aversión al fracaso e identifica, estas tres problemáticas:
- Esfuerzos de innovación incrementales: Aunque enunciado así puede no parecer un problema sí que lo es. Subyacente o consecuencia de la aversión al fracaso está la aversión al riesgo porque, evidentemente, cuantos más riesgos se asumen más fácil es fracasar. Pues bien, una cultura organizacional aversa al riesgo elegirá iniciativas de innovación conservadoras, seguras, que producen pequeños cambios incrementales pero, en cambio, evitará lo desconocido, los cambios profundos, lo radical y, por tanto jamás será capaz de una disrupción o un salto cualitativo.
- Pérdida de aprendizaje: Si se castiga el riesgo, no hay ningún incentivo para hacer públicos los fracasos. Los equipos evitarán siempre que puedan, desvelar esos fracasos. Ni siquiera se contarán pequeños tropiezos de proyectos que finalmente han sido exitosos. Al no existir trasparencia ni feedback, no se aprende de los errores, no se pone la base para evitarlos en el futuro. En suma, no hay aprendizaje organizativo y el fracaso será mayor porque, no sólo no hemos conseguido los objetivos del proyecto sino que, además, no hemos aprendido nada por el camino.
- Mal empleo del dinero: De la misma forma, un equipo que esté llevando a cabo un proyecto que no va bien, evitará el reconocerlo, se esforzará casi indefinidamente por sacar adelante un proyecto incluso si éste no tiene ya ninguna posibilidad de éxito. Todo por no reconocer el fracaso. Esto consume muchos recursos y mucho presupuesto para proyectos sin esperanza para acabar, finalmente, tirándolos a la basura cuando el proyecto, finalmente, fracase.
Como se ve, estos tres riesgos son casi la lectura inversa a lo que supone un fracaso inteligente. También aquí se hace mención al aprendizaje (en este caso a su ausencia) y al empleo de recursos (en este caso, un empleo excesivo) pero se añade además en este caso el factor relativo al alcance de la innovación que, en el caso de culturas con aversión al fracaso es siempre pequeño y sin una verdadera capacidad transformadora y estratégica.
En definitiva, y dado que el fracaso es inevitable, precisamos una cultura que nos permita aprender del fracaso, fracasar pronto y fracasar por algo que valga la pena haber intentado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario