Ayer me ocurrió una sencilla anécdota que me ha hecho pensar hasta qué punto dependemos cada vez más de la tecnología y en cómo hemos de gestionar, cual si de un colaborador se tratase, los trabajos que en ella delegamos.
Tenía necesidad de acudir a un lugar en una población vecina, lugar al que no tenía ni idea de cómo llegar. Pero para resolver la situación no tuve más que tirar de mi flamante navegador GPS. Confiando ciegamente en su precisión, seguí las indicaciones, porque, realmente, es prodigiosa la capacidad de estos de equipos para guiarnos a lugares ignorados por nosotros. Sin embargo, ayer algo sucedió, algo no funcionó del todo bien. En un punto en que una señal en la carretera indicaba con toda claridad que debía desviarme, la vocecita sintética del navegador me conminaba a seguir recto. Hice caso al navegador ignorando mi propio instinto...y me equivoqué. Por supuesto, luego el propio navegador encontró la alternativa para arreglar el desaguisado y la cosa no fue más que una anécdota. Pero más tarde, ya en casa, me puse a pensar en algunas enseñanzas que de aquí se pueden obtener y en los curiosos paralelismos que existen entre el uso de la tecnología y la delegación de tareas en personas.
Me di cuenta de que, al confiar en que el navegador GPS me guiase, estaba haciendo realmente la delegación de una tarea que antes realizaba yo mismo. Me dí cuenta que, al igual que cuando delegamos en colaboradores, esa delegación potencia nuestras capacidades globales, nuestra posibilidad de hacer más cosas, de abarcar más. Y, al igual que sucede cuando se delega en un subordinado, en muchas ocasiones el subordinado es realmente más experto en la tarea que el jefe. Ni que decir tiene que mi navegador se orienta infinitamente mejor que yo. En ese sentido, la tecnología actúa como un estupendo subordinado, como un colaborador eficaz que nos ayuda y potencia nuestra propia actuación.
Sin embargo, el despiste de mi navegador y el error en que caí por seguir ciegamente sus indicaciones, también me recuerda una de las leyes sagradas de la delegación y es que no se puede hacer dejación de funciones. Uno sigue siendo reponsable de la tarea que delega y a uno corresponde el supervisarla y tomar acciones correctoras si la tarea delegada no se ejecuta correctamente.
No es, pues, tan diferente, delegar en la tecnología de lo que es delegar en personas.
Eso sí, no sé cómo darle feedback negativo a mi navegador GPS por el error cometido ayer o cómo motivarle a mejorar. Supongo que lo conectaré a mi ordenador para que se descargue unos datos más actualizados...
domingo, 22 de febrero de 2009
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Que no se puede fiar uno ciegamente de la tecnología... je, je... luego pasa lo que pasa...pero en serio, a veces nos falta seguridad en nosotros mismos frente a estos aparatitos tan listos y "casi" tan precisos...
ResponderEliminarun saludo.
Soldebreda
Hola, Soldebreda, me alegro de verte por aquí.
ResponderEliminarLa verdad esque este tipo de aparatos funcionan en general tan bien que a veces nos olvidamos de que tampoco son perfectos y que también ellos tienen margen para el error.
Al final, nada ni nadie es perfecto.
Iggy,
ResponderEliminarNo era culpa del GPS, sino del angulo del satelite que estaba un poco tirado a la izquierda... :0)
Bueno, Winfried, en este caso creo que era un problema de la base de datos pero el primer día que lo utilicé, sí me dio la impresión de que algo lo tuvo despistado durante unos minutos y creo que me colocaba como unos 200 o 300 metros más allá de donde realmente estaba.
ResponderEliminarA lo mejor ahí si que el satélite estaba un poco descolocado :-)
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