lunes, 25 de noviembre de 2019

La leyenda de los ordenadores personales sin disco duro


Pues si, existieron.

Los ordenadores personales sin disco duro existieron... aunque para las nuevas generaciones puedan parecer increíbles, inviables, inútiles...

No seré original al contar anécdotas de la perplejidad que causa el choque generacional en materia de tecnología. Cómo, lo que en un tiempo que a los más maduros (por decirlo de alguna manera) aún nos parece cercano, existieron unas soluciones tecnológicas que los más jóvenes ni siquiera han oído mencionar y les provocan sorpresa y perplejidad.  

Es harto conocida ya la anécdota de quien no sabe explicar por qué el icono de 'Guardar' que existe en tantas aplicaciones tiene ese dibujo (el de un disquette).

No seré original, por tanto, pero es que esta vez lo he vivido tan de cerca, tan en primera persona, que no resisto la tentación de contarlo.

Este fin de semana, una de mis hijas (no daré más datos por prudencia, pero ya es adolescente) observó el lomo de un libro dedicado a Windows 3.1 que tengo en mi estantería (no es que un libro sobre Windows 3.1 a estas alturas añada mucho en materia tecnológica, pero es que siempre me ha dado pena deshacerme de un libro).

El caso es que le hizo mucha gracia la mención a una versión tan antigua de Windows, una versión que ella no había oído ni nombrar. Le expliqué que en su momento fue todo un éxito y la primera versión realmente estable y popular de Windows (quizá hubiera sido más justo si le hubiese mencionado la 3.0, pero no venía al caso). Y, como ilustración, le dije que yo había probado la versión Windows 2.0 que aún venía en disquettes... (¿en qué?). Entonces, cuando le quería contar lo incómodo que resultaba tener que estar cambiando continuamente de disquette, ella empezó a no entender algo. ¿Cómo que cambiar de disquette?

Y caí en la cuenta de que le tenía que explicar que en mis primeros tiempos con ordenadores personales (principios/mediados de los años ochenta) la mayoría de los clónicos no disponían de disco duro y los que lo tenían, eran de 20 Mb. Y eso se consideraba todo un lujo, todo un alarde de potencia

Mi hija no daba crédito ¿un ordenador personal sin disco duro? ¿Cómo era posible?

El remate fue cuando, además, le conté que en aquella época no disponíamos de conexión a Internet. Y entonces ya sí que no entendió nada. Ella, acostumbrada a encontrarlo todo en la red y poder almacenar fotografías en su smartphone, conocía ahora, por primera vez, la realidad, la antigua realidad, de unos ordenadores sin disco duro y sin conectividad.

Y es que somos conscientes del tiempo y de los cambios que trae consigo cuando miramos atrás, y más aún si lo hacemos de la mano de los más jóvenes.

Y es que, además, unas décadas son mucho tiempo para una vida humana pero, hablando de tecnología, son toda una eternidad.

Pero si. Los ordenadores personales sin disco duro existieron. Y fueron enormemente útiles, probablemente una de las puntas de lanza de la revolución digital que hoy día disfrutamos.

Quizá para nuestros hijos, esos computadores personales primeros, no sean más que historia, pasado, probablemente antiguallas. 

Pero, para los que los vivimos, usamos y disfrutamos, para los que iniciamos con ellos la revolución digital, su lugar no son los desvanes, el desprecio ni el olvido sino, más bien, la admiración y la leyenda...

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