Aunque en la formación sobre liderazgo se sigue hablando de liderazgo situacional, de los diferentes estilos de dirección, incluyendo el cohercitivo, el tradicional 'mando y control', está claro que hoy en día está en boga un tipo de liderazgo más cercano, más participativo, más colaborativo, que actúa con frecuencia poniendo más foco en la motivación y la orientación que en dar órdenes.
En este contexto, las relaciones jerárquicas son cada vez más débiles y ganan fuerza las relaciones funcionales. La autoridad formal es cada vez más débil y la necesidad de la motivación o la autoridad moral cada vez más perentoria en los nuevos líderes.
En muchos aspectos este nuevo tipo de liderazgo, un liderazgo que actúa más por influencia que por autoridad, es más humano, más atractivo, y quizá más adaptado a equipos de alto rendimiento o colaboradores muy cualificados.
Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme si siempre es ésta la mejor opción, si siempre es el modo óptimo de conseguir resultados.
El liderazgo por influencia implica la necesidad por parte del líder de conseguir la autoridad moral, lo cual precisa tiempo y esfuerzo...y, evidentemente, que el líder se vea adornado por esa autoridad técnica y/o moral. Implica, además, explicar y convencer a los miembros del equipo, implica dedicar más tiempo a la interacción, al debate y a la comunicación, y menos a la producción directa e implica el riesgo del malentendido o de la mala decisión motivada por un interés en consensos, a lo mejor no posibles o no adecuados.
El liderazgo por influencia es, sin duda, muy atractivo. Es, si se quiere, el liderazgo más puro, más profundo y más humano... pero a veces me pregunto si es también el más eficiente.
¿Deberíamos recuperar el liderazgo situacional? ¿Deberíamos aspirar, de nuevo, a líderes flexibles capaces de adoptar diferentes estilos de dirección según la tarea, el equipo y la situación?
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