Y podemos también contar nuestro propio estado de ánimo, nuestras alegrías, motivaciones, disgustos o frustraciones.
¿Algo más?
Si, algo más. Resulta, o al menos eso parecen indicar las investigaciones, que no sólo se puede hablar de estados de ánimo (transmitir nuestro estado de ánimo no deja de ser, en el fondo, transmitir una información acerca de nosotros mismos) sino que también podemos influir en el estado de ánimo de muestra red.
Claro, si eso lo hacemos a nivel particular, su impacto es mínimo, pero la cosa puede ser diferente si hablamos de una 'manipulación' del estado de ánimo general desde instancias más poderosos.
¿A qué me refiero?
Leyendo el libro 'Weapons of math destruction' de la matemática norteamericana Cathy O'Neil, encuentro un pasaje en que la autora cita un estudio realizado en 2012 por Adam D. I. Kramer, Jamie E. Guillory y Jeffrey T. Hancock y recogido en el artículo 'Experimental evidence of massive-scale emotional contagion through social networks'.
En ese estudio se trabajaba sobre la red social Facebook y, en concreto, sobre un público de 680.000 usuarios de esta red,. Lo que se hacía era clasificar las publicaciones en función de si transmitían un estado de ánimo positivo o negativo. A continuación se manipulaban las actualizaciones que recibían esos usuarios de forma que predominasen, o bien las positivas, o bien las negativas. Y, por último, se analizaba la positividad o negatividad de las actualizaciones realizadas por esos usuarios tras haber sido expuestos a los mensajes del experimento.
¿El resultado?
Pues, como estoy seguro de que ya se imagina el lector, los usuarios que habían sido expuestos en su feed a mensajes con estado de ánimo positivo, se comportaban emitiendo ellos mismos actualizaciones predominantemente positivas. Por el contrario, los usuarios expuestos a mensajes fundamentalmente negativos se comportaban ellos mismos emitiendo actualizaciones más negativas.
La conclusión, tal como la leo en el libro de O'Neil es:
Emotional states can be transferred to others..., leading to experience the same emotions without their awareness
O sea, que podemos transmitir estados de ánimo a terceros (no información sobre estados de ánimo, sino el propio estado de ánimo) y lo podemos hacer usando redes sociales. Y eso, sin que los receptores sean conscientes de ello. En el fondo, si lo pensamos bien, no sorprende demasiado el hallazgo. Casi luce natural, y tampoco parece, en absoluto, que sea un fenómeno propio de los medios digitales sino que, es algo propio de nuestra naturaleza social y de nuestra integración en grupos.
Lo relevante, y lo que puede preocupar, es la escala y la posibilidad de manipulación.
Con base en este fenómeno una compañía como Facebook (y menciono Facebook no sólo porque es la usada en el estudio, sino por su tamaño, comportamiento e impacto reales), una compañía que llega, a más de 2.500 millones de personas, y una compañía que, como bien sabemos, selecciona y filtra en cierta medida los feeds y actualizaciones que recibimos, tiene la capacidad de influir en el estado de ánimo de millones de personas en la dirección que desee.
La propia Cathy O'Neil se pregunta qué puede ocurrir si Facebook se propone influir en el estado de ánimo en un día de elecciones. Pero podemos añadir otras situaciones como podría ser un crack bursátil, un atentado o, siendo más positivos, un evento deportivo o el lanzamiento de un producto comercial (n nuevo dispositivo de Apple o una nueva serie en Netflix, por decir algo) a escala mundial.
El poder en sus manos, o en el de redes de similar alcance, es enorme. Un poder subrepticio y no evidente pero muy real y un poder que espero seas sólo latente pero que se puede desplegar en cualquier momento.
¡Uf!
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