He preferido ponerlo en positivo en el título...pero en realidad el artículo se centra más en la desconfianza como fuente de ineficiencia.
Vivimos tiempos duros, al menos en el mundo occidental, tiempos de crisis y apreturas económicas que hace que se vuelvan los ojos hacia la contención presupuestaria, el ahorro y la eficiencia.
Cuando hablamos de eficiencia, especialmente en los sectores industriales y productivos, pensamos en menor uso de recursos, en procesos más ligeros, en automatización, en menor uso de materiales... es decir, en todo tipo de optimizaciones que conducen a un menor empleo de recursos y, por tanto, a un ahorro en costes.
Pero en la búsqueda de la eficiencia nos solemos centrar sólo en materiales o en procesos productivos. En los aspectos más o menos tangibles que perjudican a la eficiencia. Pero solemos olvidarnos de factores culturales, personales, etc que influyen también en esa eficiencia o ineficiencia.
Hace unas semanas, y tras una observación directa de ciertos fenómenos, concluí que la desconfianza entre personas, entre departamentos y entre socios, constituye una enorme fuente de ineficiencia...y así lo hice constar en un tweet.
¿Cuál es la raíz de esa ineficiencia?
La desconfianza en el trabajo u honradez de los demás, conduce a implementar mecanismos de control, monitorización y validación de la actividad de otros. Dedicamos recursos a obtener todo tipo de indicadores y medidas sobre el trabajo de terceros, sólo para poder detectar cuándo están haciendo algo mal o cuándo nos están engañando; añadimos capas y capas de decisores, sólo porque no nos atrevemos a confiar y delegar en las personas que conocen directamente la problemática sobre el terreno; dedicamos esfuerzos a validar las propuestas o productos que nos vienen de terceros, en lugar de confiar en que son correctas.
Todo ello, dejando aparte el impacto emocional y la desmotivación que puede acarrear es, simplemente, una ineficiencia: la dedicación de tiempo y recursos a labores que no añaden valor al producto final ni mejoran la experiencia del cliente sino que, simplemente, supervisan, cuestionan y validan el verdadero trabajo productivo.
Aunque ello conllevase algún riesgo...¿no sería más eficiencte simplemente confiar en que los demás han hecho correctamente su trabajo? ¿Que entregan honradamente el mejor producto o servicio que pueden? ¿Que ya se ocupan de pasar los pertinentes controles de calidad? ¿Somos capaces de darnos cuenta de la cantidad de horas de trabajo, de informes y reuniones que eliminaríamos sólo confiando en que los demás hacen su trabajo correctamente?
¿Vale la pena calmar nuestra desconfianza y, tal vez, es cierto, corregir algún error de vez en cuando, a base de dedicar más y más esfuerzos improductivos para garantizar que no somos engañados o defraudados?
¿No valdría la pena correr el riesgo de confiar, aunque sólo fuese por ser más eficientes?
A lo mejor la crisis, paradójicamente, nos lleva a confiar más unos en los otros. Sería muy paradójico...pero muy afortunado.