Uno de los tópicos que acompañan a toda la literatura sobre inteligencia artificial, robots y automatización es todo lo que tiene que ver con el impacto en el trabajo y el mercado laboral.
Aparece el miedo a una destrucción masiva de empleo y a la obsolescencia de muchos perfiles y puestos de trabajo.
Aunque la doctrina predominante es la que afirma que, de manera neta se creará empleo, el miedo, o los discursos catastrofistas abundan e incluso se imponen en el sentir general.
¿Cómo afrontar con el menor coste social una transformación que, sin duda se producirá (se está produciendo). y que, con independencia de su resultado neto, lo que sí parece seguro es que afectará negativamente a algunos colectivos y perfiles profesionales?
Hace unas semanas hablaba del impuesto a los robots y expresaba mi opinión negativa al respecto. Esgrimía dos argumentos, uno que tiene que ver con la inviabilidad práctica de esa medida y otro previo que se fijaba más bien, en el efecto desincentivador del progreso que una medida como esa podría conllevar.
En efecto, sucede con frecuencia que ante el miedo al impacto que una nueva tecnología o un nuevo modelo de negocio tenga en negocios tradicionales o empleos tradicionales, se promueven medidas proteccionistas del empleo o el modelo de negocio obsoleto.
Proteccionistas...pero muy a corto plazo y con muy poca perspectiva,
Es, creo, en efecto, una actitud equivocada y cortoplacista. No nos equivoquemos: si un modelo de negocio o un perfil profesional se ha quedado obsoleto, las medidas proteccionistas y que penalizan a la nueva tecnología o al nuevo modelo, sólo conseguirán ralentizar la innovación, alargar un poco el plazo de su llegada, pero nunca detenerla. Si el perfil profesional está obsoleto acabará desapareciendo. Si el nuevo modelo de negocio es ineficiente y ha sido superado acabará desapareciendo. Es decir, ninguna medida proteccionista lo va a evitar. Sin embargo, el efecto ralentizador que sí pueden conseguir las medidad proteccionistas hipoteca la competitividad y el progreso de países y empresas.
Desincentivar tecnologías en función de su mayor eficiencia es algo que, sencillamente, no lleva a ningún sitio.
Y luego lo remata:
En el mundo actual, renunciar al desarrollo de una tecnología que genera eficiencia a cambio de mantener unos puestos de trabajo no es una opción válida para nadie.
Estoy completamente de acuerdo.
No significa esto adoptar una actitud de indiferencia y falta de empatía ante las dificultades e incluso los dramas que algunos avances pueden traer para colectivos concretos.
Pero la actitud sensata no es intentar poner puertas al campo. Unas puertas que, finalmente, no van a librar a esos colectivos del colapso y, en cambio, sí van a perjudicar el desarrollo y la competitividad de la sociedad en su conjunto. Si queremos ayudar a los colectivos más perjudicados, y lo cierto es que sí queremos hacerlo, haremos mucho mejor en invertir en formación y reconversión profesional de los colectivos y personas afectadas,(quizá en algunos casos con otras medidas de apoyo social si por causa de edad u otras la reconversión es realmente inviable) pero no invertir en subvencionar artificialmente productos, empresas o modelos de negocio ineficientes y económicamente inviables.
No subvencionemos la ineficiencia y la obsolescencia.
No penalicemos el progreso y la eficiencia.
No tiene ningún sentido.
No beneficiamos a nadie.
Apostemos por la innovación y el progreso e invirtamos en él. Apostemos por la formación y el desarrollo profesional e invirtamos en él.
Y, en todo caso, ayudemos con medidas de carácter social a quienes, a pesar de haberlo intentado, se han quedado atrás en la persecución de ese nuevo progreso.
Esa es la actitud que aúna la solidaridad con una apuesta decidida por la innovación y el progreso.
Y de eso depende el futuro de todos...incluso de los colectivos más afectados.
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