Desde que hace unos años, concretamente desde 2018, en que inicié mi andadura profesional por cuenta propia, probablemente, sin duda en realidad, la actividad a que más tiempo dedico es a la docencia, algo que siempre me ha gustado, algo que realmente es una vocación y va más allá de una mera actividad profesional.
Mi espectro de temas es variado y abarca la tecnología, la innovación, la transformación digital, la inteligencia artificial, la robótica, el análisis y automatización de procesos...es decir, temas en general muy relacionados con la tecnología, y en muchos casos con la tecnología más avanzada y disruptiva.
Pero también hago alguna asesoría, que junto con los programas in-company me ayudan a mantener el contacto con la actividad empresarial y del día a día.
Y también me dedico a la comunicación, en forma de artículos, libros, conferencias, mesas redondas.
El conocimiento como valor
En el fondo, concibo todo ese tipo de actividades, asesoría, docencia, escritura, eventos, etc como una forma de transmisión del conocimiento, un conocimiento que heredo de mi experiencia y que me preocupo de incrementar vía lectura, estudio y experimentación. Todos estas formas de actividad profesional, como digo, las concibo como una forma de transmisión del conocimiento, aunque tanto los medios como los fines sean diferentes según el caso.
Y el conocimiento es para mí muy importante, tanto que lo incluyo en mi declaración de valores personales, precedido, sólo, de la honestidad y el compromiso.
Tecnología y espectáculo
La tecnología, especialmente la tecnología emergente, es por desgracia campo abonado para la comunicación superficial e incluso la frivolidad. Y muy especialmente algunas de las áreas que más me atraen y a los que más me dedico como es la inteligencia artificial.
Tanto en los medios de comunicación generalistas, como incluso en medios digitales, blogs, etc, presuntamente especializados, abundan por desgracia los análisis superficiales o precipitados y los titulares e incluso argumentaciones exagerados cuando no directamente equívocos o incluso mentirosos.
Es la búsqueda, supongo, de la atención y la notoriedad. En un mundo hiperconectado y con exceso de información y acontecimientos, conseguir la atención es difícil, muy difícil: Es por eso que se acuñó el término de economía de la atención. Y, claro, con base en esa lógica de la atención, se recurren a técnicas de 'clickbait', a titulares espectaculares, a contenidos cortos multimedia llamativos.
Se recurre, en definitiva, al espectáculo.
Puede pensarse que eso no es grave. Y en algunos casos a lo mejor no lo es. A veces se trata casi puro entretenimiento.
Y puede que sea comprensible. Seguramente lo es... pero en general no resulta muy saludable. Porque esos contenidos llamativos son frecuentemente superficiales, inexactos o directamente falsos.
Y no olvidemos que la tecnología es, cada vez más, un motor de cambio económico y social. Entenderla mal, puede llevar a decisiones equivocadas a nivel cultural pero también empresarial o incluso legal.
Comunicación y espectáculo
Decía antes que todas las variantes de mi actividad profesional actual tienen que ver con la transmisión de conocimiento, pero que no todas usan los mismos medios y fines.
Aunque, personalmente, no puedo evitar un cierto toque pedagógico en toda mi actividad, lo cierto es que, en el caso de la comunicación, entendiendo en este caso la comunicación sobre todo como las charlas y conferencias, el objetivo el algo diferente.
Aunque siempre existe una cierta trasmisión de conocimiento, entiendo que en una charla, especialmente una charla breve como se tiende en la actualidad, es más importante la inspiración, la movilización y el impacto que la abundancia de conocimientos.
En ese sentido, las técnicas de 'espectáculo' son muy importantes, tremendamente importantes. Es importante el storytelling, es importante el lenguaje no verbal, son importantes los elementos multimedia, es importante la puesta en escena. Es importante, en definitiva, el espectáculo.
Aunque muchas de mis investigaciones se dirigen a los aspectos técnicos, he leído libros y libros sobre comunicación en público, he visualizado cientos de charlas TED, me he fijado y me fijo en cómo actúan algunos de los mejores speakers, locutores de radio y presentadores de televisión.
Así que nadie se equivoque: me gusta el espectáculo, el buen espectáculo. Y no sólo me gusta: creo que ese espectáculo, bien entendido y bien utilizado, no sólo es una técnica poderosa en sí misma, sino también muy conveniente, casi imprescindible, para la comunicación... y también para transmitir conocimiento objetivo.
Y esto del conocimiento objetivo me lleva ya al mundo de la educación.
Educación y espectáculo
¿Cuál es el objetivo de la educación?
Pues conseguir que los receptores de esa educación adquieran nuevos conocimientos y/o nuevas habilidades. Los puede transmitir el profesor directamente o lo pueden adquirir los alumnos mediante su propia investigación, trabajo o dinámicas. Pero al final, el alumno debe llevarse algún conocimiento y/o habilidad que no tenía.
Un conocimiento o habilidad que esperamos, claro, que sea útil y que, en el caso del conocimiento, además, que sea cierto.
¿Y el espectáculo? ¿Qué papel juega el espectáculo en la educación?
Pues si, también en educación tiene que haber algo de espectáculo. Es importante afinar las técnicas pedagógicas y de comunicación para que los contenidos resulten atractivos, motivadores, e incluso divertidos.
El problema con el espectáculo en educación es cuando éste se convierte en un fin por sí mismo y no en un medio.
Veámoslo de esta manera: en la educación de posgrado, en escuelas de negocio, en academias, en programas in-company, el alumno, no sólo es alumno, es también el cliente. Es quien recibe el servicio y quien paga por él. Y, claro, a un cliente se le quiere tener contento. El espectáculo es atractivo y, por tanto, ayuda a tener a esos alumnos/clientes contentos.
Luces de colores, abundancia multimedia, frases altisonantes, ejemplos sencillitos, juegos, tópicos, polémicas...todo ello contribuye al espectáculo y convierte una clase, seguramente, en muy divertida e incluso inolvidable.
Pero ¿y el conocimiento? ¿y la certeza de ese conocimiento? ¿Qué obtiene el alumno?
A veces mucho, pero otras veces poco y en otras ocasiones, incluso, conceptos erróneos, porque directamente se les han transmitido mal o porque se ha hecho de una forma tan ambigua, tan 'light', que ellos mismos han sacado las conclusiones equivocadas.
Aunque no estoy siendo muy explícito, por prudencia y elegancia, puedo asegurar que tengo en mi mente ejemplos concretos de esto que digo, de esta transmisión ambigua o directamente incorrecta de conocimientos. De hecho, ya recogí en el post titulado 'Una voz en el desierto: luchando contra algunos mitos sobre tecnología e innovación', varios equívocos a que me enfrento con cierta frecuencia, algunos de los cuales derivan, precisamente, de mensajes erróneos también en formación.
Es necesario dejarlo claro: el espectáculo también es importante en docencia. Es importante porque ayuda a aumentar el interés por una materia, porque ayuda a mantener la atención en una clase y porque, bien usado, favorece la comprensión. Es algo que yo mismo busco, incesantemente, como forma de mejorar mi propia capacidad pedagógica.
Lo que me resulta inadmisible es la utilización del espectáculo a costa del rigor y de la transmisión del conocimiento cierto, del verdadero conocimiento, su empleo como sucedáneo e incluso como sustitutivo de esa verdadera transmisión de conocimiento o habilidades, su empleo, simplemente, para una engañosa satisfacción de esos clientes que son los alumnos.
Una reflexión para docentes
Para mis compañeros de actividad docente, humildemente sugeriría, por tanto, el sistemático autoexamen crítico de su propio empleo del espectáculo. Si concluyen que lo emplean poco, a lo mejor les sugeriría incluso que buscasen incrementarlo, que explorasen formas de implementarlo para mejorar su propia capacidad comunicativa y docente.
Y advertiría, también humildemente, pero al tiempo, muy seriamente, en contra de la falta de rigor y de conocimiento al que mal uso o un uso excesivo de ese espectáculo puede conducir.
Como docentes creo que tenemos una responsabilidad muy seria con nuestros alumnos y, si me apuran, con la sociedad.
Conclusión: una reflexión para estudiantes
Y a los estudiantes, y no me refiero sólo, ni siquiera principalmente, a chicos jóvenes en instituto o universidad, sino también a profesionales e incluso directivos, a que se examinen a sí mismos y que estén muy atentos a qué valoran realmente en una formación.
Es lógico preferir una clase amena. Es lógico casi esperarla, pedirla y valorarla. Pero mucho más importante, es esperar y exigir que, más allá del espectáculo, haya verdadera transmisión de conocimiento, de un conocimiento útil y cierto.
No olvidéis que en el fondo sois los clientes en este negocio. Y, como clientes que sois, al final, acabaréis recibiendo aquello que valoréis.
Pensároslo bien: ¿De qué depende vuestra satisfacción? ¿Qué vais a exigir?