Muchas explicaciones, no siempre afortunadas, sobre en qué consiste la transformación digital.
Muchas ideas y recetas, no todas completas ni acertadas, sobre cómo llevarla a cabo.
Y también, si, alguna argumentación, tampoco necesariamente bien enfocada, sobre los riesgos existentes y sobre qué puede hacer que nuestra transformación digital descarrile y no llegue a buen puerto.
Hablé largo y tendido sobre transformación digital en mi primer libro 'La carrera digital' y en él hui de proporcionar recetas simples y genéricas, porque como les suelo insistir a mis alumnos cuando les hablo de transformación digital, no creo en la existencia de LA transformación digital, en abstracto, sino en TU transformación digital, la propia de tu compañía. Una transformación digital que depende del sector en que operes, de tu estrategia, de la situación de partida y madurez en materia de sistemas y tecnologías en tu empresa, de la presencia o no de cultura digital y habilidades digitales básicas, de tu aversión al riesgo, de tu disponibilidad presupuestaria...
No, no creo, en las recetas simplistas y generales, aunque, evidentemente, existen patrones comunes y buenas y malas prácticas.
En mi visión de la transformación digital, juega un papel importante una disciplina a la que no se suele relacionar, incomprensiblemente, con la transformación: la dirección de proyectos. Y una parte relevante de la dirección es la gestión de riesgos. En gran medida, la gestión del riesgo de un programa de transformación digital se debería, en mi opinión, gestionar siguiendo las buenas prácticas de gestión de riesgos en proyectos y programas.
En resumen, no creo en las recetas simplistas y generales para la transformación digital y los riesgos que la aquejan se debe gestionar mediante las técnicas al respecto de la dirección de proyectos.
A pesar de todo lo anterior, en este post quisiera mencionar dos riesgos genéricos que comprometen el éxito de una transformación digital (y, en gran medida, cualquier transformación ambiciosa). Y lo hago porque, como parte de mis actividades docentes, he tenido la ocasión recientemente de observar algún planteamiento sobre riesgos en transformación digital, y me pareció que había cosas importantes que añadir o, al menos, resaltar.
Voy a comentar, en concreto, dos elementos de riesgo:
- El salto de la estrategia a la operativa
- La ejecución y la resiliencia
El salto de la estrategia a la operativa
Se suele decir, y se dice bien, que la transformación digital deriva de la estrategia, que debe estar alineada con la estrategia. Y es cierto. Muy cierto. Absolutamente cierto.
La transformación digital debe apoyar de forma coherente una estrategia existente o, incluso, debe definir, al menos parcialmente, esa estrategia. En cualquier caso, debe haber un completo alineamiento entre nuestra estrategia empresarial y la transformación digital que acometemos.
Sin embargo, existen discursos, que me inquietan e incomodan por lo blandos y ambiguos, en que de tanto centrarse en la estrategia, de tantas grandes palabras y visiones como los pueblan, se olvidan de que la estrategia hay que implementarla. La transformación digital hay que hacerla, construirla, ejecutarla
En el modelo que propongo en 'La Carrera Digital' indico que, teniendo clara la estrategia, se deben identificar unas iniciativas. De esas iniciativas se seleccionan las más oportunas. Y las iniciativas se convierten en proyectos (es decir, actividades con alcance, entregables, plazos, responsables, costes...). Ese salto de las estrategias, que forzosamente son visiones de alto nivel, a proyectos que son empeños muy concretos y operativos, es fundamental para que la transformación digital no se quede en un discurso o un powerpoint.
Y se trata de un salto que algunas visiones en mi opinión demasiado 'blandas' de la transformación digital no favorecen. La transformación digital no son unas 'slides' o el discurso de un CEO. La transformación digital es acción. Es ejecución. Es sangre, sudor y lágrimas.
La ejecución y la resiliencia
Sangre, sudor y lágrimas. Una forma artística aunque severa de decirlo. Pero es así. La ejecución es compleja. Y es dura. La implantación de tecnología es compleja, y es dura. Y la transformación digital, aunque les pese reconocerlo a aquellos que se empeñen en negar su base tecnológica, es esencialmente, implantación de tecnología.
Una implantación de tecnología que, como hemos dicho, deriva de la estrategia...pero implantación de tecnología, al fin y al cabo.
Una implantación de tecnología acompañada de acciones de gestión del cambio y, eventualmente, de la promoción de un cambio cultural... pero implantación de tecnología.
Y cualquier que haya tenido la experiencia de participar en proyectos de implantación de tecnología sabe que suelen ser complejos y duros. Sabe que aparecen imprevistos, cosas que, inexplicablemente, no funcionan como pensábamos. Que surgen errores y fallos que parecen indescifrables. Que pese a nuestros mejores intentos de estimación de plazos, los tiempos tienden inexorablemente a alargarse. Que hay agentes que se oponen de forma activa o pasiva al avance del proyecto y que ponen 'palos en las ruedas. Y que la presión de la dirección suele ser alta.
Si, la implantación de tecnología es bonita, pero dura. Y la transformación digital, pese a quien pese, es esencialmente implantación de tecnología. Y, por tanto, es bonita, pero dura.
Y por eso es tan importante la resiliencia. Una resiliencia que nos haga a un tiempo resistentes y flexibles, pero en cualquier caso capaces de mantener la visión, la tensión y la motivación, cuando las cosas se ponen difíciles, lo cual suele ocurrir con frecuencia.
Cuando se habla de la importancia de las personas, se suele poner más énfasis en los aspectos culturales y de gestión del cambio. Y, en efecto, son muy importantes.
Pero en mi visión, lo que más me importa de cara a una transformación digital (en realidad de cara a cualquier transformación o iniciativa ambiciosa) es el liderazgo, la capacidad de llevar a la práctica una visión. Y esa capacidad de llevarla a la práctica implica no sólo visión. Implica, aún más, capacidad operativa y resiliencia, mucha resiliencia.
En resumen
Estos dos riesgos se podrían resumir en uno solo: la falta de capacidad operativa.
Sugiero que no nos dejemos arrastrar por discursos simplistas, que nos hablen de estrategia sin concretar o que, al poner el foco en lo cultural, se desentiendan de lo tecnológico y operativo.
Insisto: la estrategia es esencial como punto de partida y las personas son cruciales, como impulsoras y sujetos afectados. Pero una transformación digital es, en esencia, implantación de tecnología. E implantar implica voluntad, resistencia y capacidad operativa.
Y si no la tienes, créeme, puedes llamarle como quieras a tu programa de cambio, pero no será una transformación digital.
Y no implantarás nada relevante.
Y no triunfarás.
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